Durante el desayuno se me ocurrió que podía hacer Nutella casero. No digan que no les da curiosidad…

Lo busqué en Google y, claro, encontré otros que ya lo probaron. Y se puede. Entonces me dieron más ganas.

Quince minutos después estaba comprando avellanas; y una hora después, pasando la cuchara grande por el fondo del bowl en una sesión de glotonería importante. La compulsión por hacer Nutella se parece mucho, aparentemente, a la compulsión por comerlo.

Traje los ingredientes para probar dos recetas que encontré on line, dividí prolijamente las avellanas en partes iguales. Soy más bien cocinera de platos salados, y como tal le tengo mucho respeto a la pastelería. Sé que hay que respetar proporciones… medir cantidades… cuidar que no se cuele una gotita de X en el batido de Y. Sin embargo, a la mitad del proceso tiré todos mis escrúpulos al demonio. Archivé el Manual de la Buena Repostera y me dejé llevar por el olfato y la intuición; ahora que terminé, es fácil decir que hice bien. Tengo un frasco gordito lleno de una crema de avellanas untuosa, dulce, suave, como debe ser una digna émula del Nutella: bien inescrupulosa. Cabe aclarar que no es idéntica al original, ni busca serlo. Es como el dulce de leche casero, que puede ser espectacular pero siempre diferente al industrial, y cada uno tiene lo suyo.

Por suerte, mi versión libre rindió mucho más de lo que esperaba, así que con la primera mitad de las avellanas salió una linda cantidad. Las demás esperan, tostaditas, el destino que les toque en la cocina. Ya las verán de vuelta por aquí.

La receta , por acá.

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