Sócrates
— ¡Sócrates de Atenas! ¿Adónde crees que vas tú con esa maleta?
— Me voy, Jantipa.
— ¿Te vas? ¿Cómo es eso que te vas?
— Me voy. Me cansé.
— Tienes a alguien más, confiésalo.
— Pregúntate eso a ti misma.
— ¡No me vengas con tus pregunticas y tu fulana mayéutica, Sócrates; yo no soy uno de tus alumnos! Confiésalo, pues: ¿tienes o no tienes a otro?
— No sé. Sólo sé que…
— ¡No me vengas con tus “no sé”, siempre sales con esa frasecita para salirte con la tuya!
— Bueno, cree lo que tú quieras. No tienes idea, mujer.
— ¿Idea? ¡Idea! ¡Ajá! ¡Lo sabía! ¡Es ese Platón, seguro ya te metió sus “ideas”, viejo degenerado!
— No ha pasado nada entre nosotros, Jantipa, deja los celos.
— ¿Tú crees que uno es gafa, chico?
— Es algo platónico nada más.
— ¡Ajá! ¡Te atrapé!