July 28, 2014
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Me pasa, no sé si a todos, que recuerdo más a las personas que son “pencas” que a las amables. Me queda como una fijación; como dicen: sangre en el ojo.
Tiendo, cuando me encuentro con esta clase de personas, a creer que el mundo está podrido, que está lleno de ellas. Cuando te gritan, cuando son soberbios, cuando te restriegan su mala onda. Todos esos son actos ruidosos que cuesta pasar por indiferentes. Son actos que notas, que se oyen, que te marcan, aun cuando los olvides con el pasar de los días. En su momento te hinchan el corazón y te aprietan los puños.

Pensaba en esto, de que el mundo tenía pinta de haberse ido a la mierda, y de que poco valía ser “buena persona” si al final las malas son las que se llevan, pareciera, la mejor parte. Incluso, viendo un programa hace un par de días, que por estadística demostraba que las “antipáticos” tenían mejores puestos de trabajo, dinero, poder e incluso condición física.
Todo eso puede ser cierto. Puede que gran parte del mundo funcione así y que los demás, los “buenos”, pequen precisamente de serlo y no ganen nada con ello.

Pensé en todo eso. Pensé en las personas que habían sido buenas conmigo y de las que no sabía ni siquiera su nombre. Pensé en mí mismo en una que otra situación en la que, tratando de ser bueno, me habían simple y llanamente “cagado”.
Pensé y me dio rabia…

Pero de repente tuve una visión, sumada a una frase que me había dicho un desaparecido amigo: “los actos de amor son silenciosos.” Están tan bien hechos que ni siquiera notamos cuando ocurren; son tan tranquilos que mueven constanemente nuestra vida sin siquiera notarlo. Pero de repente faltan, y cuando faltan la vida misma se vuelve un infierno.
Podemos oír claramente el sonido de una bala, pero no el beso de los amantes;
Podemos voltearnos ante el eco de una cachetada o el crujir de los huesos después de un fuerte golpe, pero no ante el sencillo gesto de caminar de la mano o abrazarse;
Podemos distinguir fácilmente un grito de dolor, pero el de una carcajada, al menos la mayor parte del tiempo, tendrá decibeles más bajos.

El amor está ahí, como el viento: invisible pero poderoso. No hace ruido, no notamos su fuerza quizá, no es explosivo ni despampanante. Es anónimo.
No es como una tonelada de polvora que destruye una roca en un instante… más se parece a un permanente goteo que, con tiempo suficiente, pulveriza hasta a la piedra más dura. Es lento pero constante.
Sin embargo está ahí: en la madre que protege a su hijo, en la abuela que regalonea a sus nietos, en los amigos que se juntan a hablar tonteras y reírse de los malos ratos. Está ahí, en pequeños gestos, en bajas dosis, disperso por el mundo a través de las personas. Pero está.

Y todo eso me dejó mucho más tranquilo.

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— Alonsobetta

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