Amalia Andrade

@amaliaandrade / amaliaandrade.tumblr.com

Writer, illustrator, go-getter.
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Seamos de palabras

El pichofue canta en las tardes, canta y canta pi-chofue, pi-chofue, pi-chofue. Así suena: la p es profunda y larga a la cual se adhiere de inmediato una i acentuada y brillante. A esto le sigue una ruptura silábica como si el pichofue quebrara a propósito la palabra inventada para él en dos. Todo su canto constante que atraviesa lo largo y ancho del Valle del Cauca se oye Ppppppppííííííííííí-Chofueeeeeeee.

Mientras escribo esta carta sentado frente al jardín, lo oigo cantar y se enreda en la mitad de mis palabras así como se enredaba en la mitad de todas nuestras tardes Alma. Nuestras tardes caleñas. Tardes bajo el samán leyendo poemas  de Blanca Varela. Tardes de bajar mamoncillos de los árboles. Tardes de arrancarle chicharras a los Guayacanes para usarlas como prendedores; chicharras que ensordecen los atardeceres día a día exactamente a las 3:45 p.m.; chicharras que se explotan de tanto gritar en algo que se confunde entre regocijo y dolor. Chicharras que mueren de amor.

Todavía te amo pi-chofue, el sol cae y siento que me voy con él piiiiiiiiii-chofue, las cartas de amor no tienen sentido pi-chofue y las de desamor menos pi-chofue. Extraño tu aliento pi-chofue cerca de mi oído cuando me cantabas canciones en secreto pi-chofue. Escribo esta carta pi-chofue porque nunca he sido capaz de hacerte sentir lo que siento pi-chofue y esto es un acto desesperado pi-chofue. Escribo esta carta pi-chofue, porque quiero gritarte que vuelvas aunque no te hayas ido pi-chofue que vengas a darme una ultima oportunidad pi-chofue para hacerte mía.

Mientras escribo esto siento el murmullo de nuestro río, de mi río, del Río Pance que ha sido uno y muchos a la vez. Lo siento temblar bajo mis dedos y resonar dentro de mí. Siento al río trayendo tu voz desde lo más alto de la montaña al sur de la ciudad donde nace y a donde no hemos ido nunca. Pienso en ese lugar recóndito donde brota la fuente de agua que tantas veces lavó tu cuerpo y mis tristezas y no puedo evitar pensar en el origen de este amor.

El problema, Alma, es que te he amado desde siempre. Sin embargo, si hubiera podido escoger, sería así como hubiera querido enamórame de ti. Sería así como hubiera querido enamorarnos:

Tú y yo nos conocemos un día en el parque, tal vez a los 14. Tus 14 siempre han sido tu edad favorita para mí. Tú estarías sentada en una de las bancas leyendo un libro. Yo estaría paseando el perro que siempre he querido y nunca he podido tener por culpa de tu alergia canina y mis inicios de asma. Mientras tanto, el perro - un Jack Russel Terrier llamado George Michael -corre libre y brinca como loco detrás de pájaros, o mariposas, o palitos -la opción que más te guste- yo me quedo parada, incómoda, recostado sobre el tronco de un palo de mango. Incómoda porque en esta historia yo no fumo y la gente que espera sola sin fumar se incomoda siempre. Yo te hablo preguntándote sobre tú libro, o tú me hablas a mí, eso realmente no es lo que importa. Terminamos hablando de literatura, como siempre.

Si yo pudiera escoger Alma, hubiera querido que nos enamoráramos a través de libros prestados que cada una subrayara con un color diferente. Tú con rojo y yo con azul.  Libros como Wuthering Heights, Los Ríos Profundos, o La Historia del Amor. Cada cual escogería uno de sus libros favoritos y se lo prestaría al otro, para que con su color distintivo se dedicara a hacerle cosquillas ferozmente a las hojas en cuestión.

Leer libros previamente subrayados por ti con tus marcadores rojos y tus corazones a un costado de las palabras, de las partes que más te gustan o que te hacen llorar, sería lo más cercano a observarte desnuda sin necesidad de quitarte la ropa. Leer las palabras y los párrafos que te hacen estremecer o soñar, o las dos al mismo tiempo sería la manera más sublime de navegar entre tus ansias. Déjame leer lo que lees y te diré lo que quieres. Déjame hacer un sumario de tus palabras preferidas. Enamorémonos con discursos prestados, dialoguemos a través de voces que siempre hemos sentido nuestras pero que nunca hemos sabido enunciar. Seamos de las palabras. Seamos de palabras. Así podríamos construir nuestra historia de amor encima de todas nuestras historias de amor favoritas. Así existiríamos entre todos esos libros tan tuyos, tan míos, tan nuestros. Seamos las más grandes historias de amor jamás escritas. Seamos Heathcliff y Catherine. Seamos La Historia del Amor. Seamos así:

O así:

Al final de nuestro experimento amoroso entre tantas líneas azules y rojas que se entretejen y conectan, que se acarician y se funden, nuestros libros serían un remedo del sistema sanguíneo, estarían atravesados por venas colmadas de palabras. Palabras como resplandor que es tu favorita,  o como murmullo que es la mía. Entre párrafo y párrafo prestado Alma, iríamos poco a poco construyendo algo de lo que ninguna de las dos pudiera escurrirse. Algo parecido a como se siente confiar en los árboles, oír el viento soplar o ser las canciones que canta tu madre.

Y sí acaso esto no funciona Alma, estoy dispuesta a inventar cientos de maneras, escenarios o mundos. Estoy dispuesta a escribir libros o canciones con las cuales enamorarte y enamorarnos y vivir juntas para siempre en La Sultana bajo el cantar de los pájaros del Valle y el olor a chinche sobre tus pies. Se me ocurre por ejemplo que podríamos hacer el amor por medio de canciones, o conquistarnos tejiendo entre tu pelo.

A-l-m-a, me gusta como se compone tu nombre, me gusta escribirlo. Tu no te has ido pero la mitad de tu cuerpo está siempre en otra parte cuando estamos juntas y yo te escribo  esto porque no quiero que sea más así. Yo te escribo porque necesito que este amor que llevo dentro deje de estorbarte y se te prenda neciamente en una esquina del corazón, o del estómago (que son casi lo mismo).

Te escribo esta carta Alma para que vengas y te enredes como el pichofue en la mitad de mis palabras. Para que vengas y cantemos juntas.

Victoria.

21 de Junio, 2004

Cali, Valle del Cauca.

Imagen 01: La Historia del amor - Nicole Krauss

Imagen 02: Wuthering Heights - Emily Bronte

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eatsleepdraw

Aaahh Real Monsters! Here’s the third of an on going series of my reinterpretation of 90s toons! Let me know who you want to see next on instagram @williamnghiem

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moviesycho

Bleachers - Don’t Take the Money (2017) dir. Lena Dunham

“You steal the air out of my lungs, you make me feel it”

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Mais Duro

Laura estaba sentada encima de mi cama con una camiseta de La Sirenita y unos shorts azules. Estaba leyendo uno de los libros de “Las historias de Franz” que yo le había prestado mientras buscaba en el fondo de mi closet un casete de VHS que había conseguido a través de Carlos, el niño de la casa 11, a quién mi mamá me había prohibido hablarle.  Cuando le pregunté por qué no podía hablarle a Carlos  mi mamá respondió “porque sí” y cuando le dije que cómo así que porque sí me dijo “porque yo lo digo y ya”.

Como era de esperarse, no le hice caso. Desde muy pequeña pensé que si había un diálogo o alguna suerte de negociación todo podía funcionar. Si me decían: “No puedes hablarle a Carlos porque Carlos tiene lepra y puedes terminar en una isla de leprosos” o algo por el estilo, todo estaba bien, pero un porque sí no era una respuesta a mi altura, un porque sí era una respuesta perezosa, una arbitrariedad, un llamado a hacer todo lo contrario a falta de buenas explicaciones.

Carlos era alto y bronceado, tenía una cicatriz debajo del ojo derecho y caminaba como cargando un peso invisible, como arrastrando algo, tal vez el abandono de sus padres que supuestamente eran “ganaderos”, un eufemismo que en los noventa en Cali traducía a: involucrado de cierta manera en narcotráfico, lavado de activos, testaferrato o afines, y que por la tanto nunca pasaban tiempo con él.

Carlos tenía acceso privilegiado a un mundo entero de conocimientos, revistas, películas y demás cosas que yo anhelaba en exceso, primero porque quería saber qué hacían mis amigos hombres cuando estaban solos y Carlos (que también era hombre y que no era mi amigo pero si era amigo de mis amigos) estaba dispuesto a contarme, y segundo, tercero y cuarto:  porque mientras él tenía 15 yo tenía 12, su casa siempre estaba sola (significado de libertad sin restricción), y era propietario de un arsenal de bienes que mi mamá jamás me compraría.

Lista de pertenencias de Carlos que yo siempre quise tener:

- Reloj Casio con calculadora

- Reloj Casio que servía de control remoto

- Mesa de billar que también era mesa de ping pong que también era mesa de hockey de mano

- TODOS los juegos de Mortal Kombat

- Todos los CD´s de los Beatles (él decía que eran de él pero siempre sospeché que eran de su papá)

- Colección completa de las Tortugas Ninjas (incluida Abril).

En esa época mis amigos hablaban de cosas como lo que pasaba si uno jugaba escondite americano, lo que se sentía darse besos con lengua, tener novia o ver revistas Playboy pero jamás hablaban de esto frente a mí, siempre se callaban una vez yo llegaba al parque, o al murito de la casa de Andrés, o a la banca de la piscina, o donde quisiera que estuvieran hablando. Odiaba la sensación de estar perdiéndome de cosas importantes (mis amigas hablaban de cosas insulsas como el último video de N´Sync, o cómo hacer collares con gel y escharcha) así que le pregunté a Carlos por aquellas conversaciones y Carlos me contó que habían descubierto que si uno ponía el canal brasilero Globo después de las once de la noche, podría ver escenas de porno entrecortadas por la mala señal. Beso, lenguas, caricias, más besos y lenguas y sexos desnudos y tríos y mujeres de espalda gimiendo “Mais duro, MAIS DURO, MAAAAIS DUUUUROOO”.

No se podía ver mucho en realidad, pero se dibujan escenas pornográficas entre aquellas líneas grises o la pantalla congelada, la imagen que bajaba como los créditos de un película y después volvía aparecer. Jamás había visto algo así. No sospechaba ni siquiera que tales cosas existieran. Mi idea de sexo era el sexo oral, que según yo, significaba: hablar de sexo.

Quise más. Le pregunté a Carlos si sabía donde podíamos ver lo que pasaban en Globo pero sin tantas líneas grises, sin tantas partes incompletas dejadas a la suerte de mi imaginación. Carlos me dijo que tenía una película en VHS que no era porno pero casi. Le dije “Préstemela” y el me dijo “Bueno pero si me das algo”. Yo le ofrecí todos las chocolatinas, Gansitos y comestibles similares que me encontrará en mi casa  pero el me dijo que no, que no era eso lo que quería.  “¿Entonces qué?” le pregunté y Carlos me respondió: “Lo que quiero es que me mostrés los calzones”.

Silencio.

Me pareció la petición más absurda. Tan absurda que no dije nada, me quedé ahí callada,  quieta. ¿De qué le servía a Carlos verme los calzones? ¿No era lo mismo verme los calzones que verme el bikini en el que me veía a diario cuando nos gastábamos la tarde entera bajo el sol caleño, jugando Marco Polo o espías subacuáticos en la piscina?.

Le dije que bueno pero que a las siete detrás del kiosco. El resto de la tarde jugué con Laura Monopolio (Laura era pésima y yo siempre ganaba), cuando llegaron las siete fui al lugar pactado, me bajé los shorts, le mostré a Carlos mis calzones amarillos de los Power Rangers y eso fue todo. Carlos me entregó un casete de VHS que tenía escrito en el lomo la palabra KIDS con marcador azul y así cerramos nuestro pacto.

Al otro día estaba con Laura sentada encima de mi cama con su camiseta de La Sierenita pegada a la piel.  “¿Querés ver esto conmigo?” le dije cuando finalmente encontré el casete enterrado en el fondo de mi closet. “¿Qué es?”, me preguntó y yo le dije que no era porno pero casi y Laura, como si nada, como si fuéramos a ver el Rey León otra vez me dijo que bueno y prendió el televisor.

Vimos la película sin entender mucho. Solo recuerdo una escena en especial que jamás ha abandonado mi cabeza, no por lo que vi, sino por lo que sentí al verla al lado de Laura: el silencio incomodo, su pierna encima de la mía como la ponía siempre que veíamos películas juntas, a lo qué olía la camiseta de La Sirenita que se le pegaba a la piel, su pelo rojo.

La película se acabó y Laura me preguntó si alguna vez me había dado un beso con alguien. Yo le dije que no y ella me dijo que ella sí y yo me quedé ahí esperando a que me besará pero Laura se quedó callada y nunca me besó.

Al otro día le devolví la película a Carlos y nunca más le volví a hablar.

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