Vivir, vivir loca.

Las despedidas son difíciles, recuerdo el día en que nuestra aventura terminaba, ese abrazo que hizo mis ojos humedecerse, mi voz quebrarse y mis piernas sentirse ligeras, de pronto inevitablemente vi como mi compañera de aventuras se alejaba frente a Harrods en Londres. Mientras quieta observaba como desaparecía entre las calles, me consumía la duda  de si algún día en la vida podría volver a verla.

Es así como muchas luces y caminos han hecho parada en mi vida, coleccionando un colorido álbum de fotos en mi mente, sin embargo entendí que muchas de esas luces no siempre continuarán para brillar conmigo. Tantos buenos momentos convertidos en polvo.

Me siento tan distante de empatar el concepto de tiempo y vida; a veces se me va lento, como si el reloj quisiera hacer fuertes estruendos caminando poco a poco, disfrutando de mi agonía o por el contrario hace que los buenos momentos tengan que terminar, marcando su fecha de caducidad. 

Vivo aprovechando cada uno de estos momentos, sin saber si hago bien o mal, viviendo como una loca, olvidándome de todo lo anterior, matándome y volviendo a nacer siempre. Cada día nuevo lo convierto en una caja de luces explosivas, no espero a que lleguen los días buenos, LOS HAGO, porque tal vez si espero, el tiempo me coma, como lo ha hecho antes.

No me tomo la vida demasiado en serio, tal vez está mal, pero gracias a eso siento que VIVO. 

Regreso a veces en el tiempo, como un ave de esas que van y vuelven a sus casas, voy llevando un paño en mano para desempolvar las luces que llevo en el baúl y haciéndolas brillar de nuevo.

Y ahí estoy otra vez corriendo de la mano de alguien para alcanzar mi tren, me da un regalo, me pide que nunca lo olvide mirándome con esos ojos verde vida, esos donde solía perderme por un tiempo, agradece el haberme conocido y yo sigo fría, tratando de ponerle unas gotas de cemento a mi corazón, para evitar que esas luces que encendí no lleguen a quemarme, no me ahoguen. Subo al tren y dejo las maletas, tomo mi asiento esperando la salida del tren  miro por la ventana veo su cara descomponerse y puedo sentir su nudo en la garganta.    Las puertas se cierran, son los últimos minutos que lo veré, apenas tengo tiempo para guardar esa escena en la memoria. 

Aguantando con mi corazón con cemento, comienza a avanzar el tren y una llamada entra, es él, con voz quebrada como la de un niño pequeño que llora sin parar, hace que gotas de agua llenen de sal mi cara, una a una dejaba ver que es muy doloroso encender luces tan brillantes y tratarlas de apagar, aunque para mí es la única forma que he encontrado de ser feliz.

Muchas veces me ataca un viejo barrigón llamado MIEDO, ese que desde pequeña me han dicho que debo temer para ser una mejor persona, para vivir bien, pero señor MIEDO, ¿le digo algo?, vivo mejor sin usted; gracias familia por presentármelo,  gracias escuela por ponerle pies, gracias humanidad por ponerle cara, les agradezco, pero a mí, no me funciona. Porque siempre aparece en los momentos que no lo necesito, inundando mi cabeza, robándome el presente y mi tiempo. Condicionándome a no encender más luces.

Y justo hoy un domingo en la mañana donde la luz ha salido y las calles son vacías, me prometo seguir encendiendo luces, aunque con su partida dejen restos de explosiones, porque esas luces son las que día a día me encienden.

Prefiero vivir así, que morir en vida.

Marilyn.