Más allá de las dudas, lo que en realidad sentí en el momento en que me dijiste “te quiero”, fue miedo. Pero no, no un miedo cobarde, sino, un miedo exigente. Con el peso de todas las historias que venía arrastrando casi no pude creer que al final de uno de esos momentos en los que sólo queda cerrar los ojos y dejarme caer, vinieras con aquella noticia. Me querías. Tú, la que por tantos días protagonizó mis más profundas ganas de morirme. La que nunca vino por mucho que la llamaba. Fue un miedo que me decía: “Vete antes de que te haga cambiar de opinión”. Un miedo que me hizo ver el riesgo que corría contigo.
Intentaré explicarme:
Te deseé por tanto tiempo, que muchos llegaron a ponerle tu nombre a lo que consideraron una enfermedad. Estaba muriendo por ti, literalmente. Lo que más me jodía era esa indiferencia, o aquel asco con el que me mirabas cuando a veces nos cruzábamos por un pasillo, o por cualquier calle. Me empeciné en escribirte por las noches, cuando el sentimiento me robaba todo el sentido común. Y lloraba en silencio, siempre por dentro, para que nadie luego anduviera preguntándome cosas para las que no tenía respuestas. Tuvo que pasar tanto tiempo para darme cuenta de que mi vida se estaba yendo por las alcantarillas. Limpié mi escritorio de todas las cartas que nunca pude enviarte. Quité de mi mente todas las palabras de burla que recibí de tu boca; me convertí en un ser andante. No de piedra, ni de carne, sólo alguien que vivía. Sin esperanza ni pasado. Deposité aquellos folios escritos por ambos lados en tu escritorio. Los dejé allí, como despidiéndome de una vida que nunca tuve, pero que deseé con toda el alma. Lo que menos esperaba era que vinieras. Que de pronto tu actitud ya no fuera la misma. ¿Que estuviste equivocada? ¿Que todo este tiempo fue un malentendido? Y luego, me quieres. Te dejo aquellos poemas de recuerdo. Ya no sé qué hacer con ellos, y no me harán falta. Que sepas que te quise como a nadie, aunque haya desperdiciado el tiempo. Que sepas que fuiste mi esperanza de salir vivo del mundo. De mi mundo. Voy a decirlo claro: no podemos intentar nada. Decidiste venir justo cuando ya me iba, conocerme cuando yo ahora quiero olvidarte. Sí hay un malentendido aquí: no quería que me quisieras, quería que me recordases en mi etapa más utópica; tanta inocencia derramada al vacío. Y nada más. Tengo que decirte que no, aunque admito que toda mi vida he deseado decirte que sí.