Vacío.
Fue una tarde simple. Una tarde donde contemplé el vacío que padezco. Donde fui consciente de los huracanes que llevo por dentro. Me siento vacío. Estoy vacío.
Fue una tarde simple. Una tarde donde contemplé el vacío que padezco. Donde fui consciente de los huracanes que llevo por dentro. Me siento vacío. Estoy vacío.
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Ella se esconde tras los risos que le cubren casi todo el rostro. Nunca dice nada. Es más, ni siquiera estoy seguro de cómo es el sonido de su voz. Simplemente está ahí, al lado de sus compañeros sin mediar ni una palabra con ninguno. Es pequeña. A veces, en la mañana se presenta a mi clase usando un suéter gris y anaranjado, aunque casi siempre hace calor ¿Trata de ocultar algo? Simplemente permite que el día pase sobre ella como cuando vas en el bus y mil almas pasan sobre vos (debajo de vos, al lado de vos, entre vos) para subirse o bajarse en su estación.
La señalo. Le hago una pregunta solo por la mera curiosidad de escuchar qué es lo que pasa por su mente en ese momento. Una pequeña sonrisa. Un gran silencio. Un nolosé tácito que impregna su mesa mientras me observa confusa y la curiosidad que se enerva ¿No lo sabe en realidad? ¿No lo sabe y no le importa? ¿Lo sabe, pero no lo quiere decir? Por lo general los silencios me parecen incómodos, logran hostigarme con admirable facilidad; sin embargo, el suyo solo me parece intrigante.
La mente solo logró detenérseme cuando me di cuenta de un error ortográfico que cometí al inicio cuando escribí riso en lugar de rizo. Únicamente pude recordar que no existen los errores según Freud. Tan solo practicamos actos inconscientes que revelan nuestras verdaderas intenciones. Rápidamente digito en el buscador rizo o riso.
Rizo: Primera persona del singular del presente de indicativo del verbo rizar. Rizo cada día a mis clientas de la peluquería.
Riso: Dícese de la risa suave y apacible. Su riso no molestaba a los que estábamos a su alrededor.
Quizá es cierto. S. siempre está escondida tras sus risos. Al preguntarle, al llamarla, al atraparla desprevenida esta es su única respuesta. Algo nos oculta y nadie lo sabe y parece disfrutar que esto sea así. Algo guarda, algo no comparte, algo esconde.
Que triste es pensar que cuando estas mal tu papá comienza a hablar sobre el lugar donde Lipton cosecha la hoja del té. Que tu novia pida semana y media prometiendo que luego de eso, resolverá todos sus conflictos que tienen de años de gestarse. Que tu mamá este ahí sentada frente a vos, sin decir palabra, cantando alabanzas como si nada hubiese ocurrido. Que triste es descubrirte de nuevo masticando rápidamente tu cena, porque el llanto esta apunto de salir de tu boca Y ya no lo podes controlar. Que vacío es tener que escribir todo esto y pensar que a la vuelta de una semana voy a estar igual.
Quizá esta sea la mejor de las lecciones que yo pude enseñarte. Mi desaparición absoluta de la existencia compartida; es decir, la singularidad de nosotros mismos. Nuestra soledad. La ausencia del dolor que juntos nos convidamos. La expresión última de todo lo vivido hasta la fecha. El abandono absoluto de los sueños y los ideales. Me pregunto ¿Será que pude ser yo el culpable de tanto dolor? O quizá simplemente no tuviste la humildad de reconocer que estabas en un error. Pero el quizá como el hubiera no existe. Que te duelan mis palabras. Que te duelan porque son palabras que siempre lo dieron todo por vos. Que te duelan mis hechos, mis esfuerzos, mis espalda rota de tanto trabajar para que vos esté bien. Que te duelan mis pies que aunque se cansaron, nunca dejaron de caminar para perseguirte. Que te duela mi boca que nunca se cansó de besarte. Que te duelan mis sueños rotos, mis palabras, mi futuro. Que te duela el hecho de que en esta ocasión tan particular el que sí se quedó y te contempló en la huída fui yo. Esta vez yo vi tu espalda. Yo vi tu abandono. Vi que no quisiste quedarte para compartir la turbulencia conmigo ¿Cómo es posible que yo sea víctima y agresor al mismo tiempo? En el mundo de las cosas que quizá no veo quizá yo mismo he estado flagelándome al permanecer con vos ¿Será acaso un verdadera despedida o el amor que te tuve (tengo) volverá a imponerse? Yo estúpido. No vale la pena. Permanece.
¿Qué es lo que pasa que cada que te acercás me sobreviene este insomnio? Y sin embargo, pese a lo poético que pueda sonar la palabra “insomnio” en madrugadas frescas como esta, la verdad es que lo tuyo solo me causa nauseas. Desvelo a lo estúpido, enfermedad circadiana. Quizá sea tu negligencia para valorar lo que protejo o tu incapacidad de romper las paredes de papel que nos dividen (...). O quizá el muro más grande seré yo mismo y la revolución interna que ocurre cada vez que lastimás; pero es que también tenés que entender que ya hiciste suficiente, que aún mi limite quedó por mucho rebasado. Tus disculpas no pudieron faltar esta noche —¡Perdón! — decís, y esperás que eso marque alguna diferencia ¿Perdón de qué? ¿Perdón por algo que has hecho tantas veces atrás y que va a volver a repetirse? En serio, detesto esa parte de vos, amor. Detesto que prefirás decir mil veces perdón a poder ser un poco menos descuidada. Y como siempre, las buenas decisiones (quizá) vengan a la próxima, porque ese es tu proceso de aprendizaje, que ya se va cargando varias tajadas de mi paciencia. Hoy estoy aquí, a escasos metros del escritorio que has hecho tuyo, sudando de desesperación, soportando la opresión en el pecho. Te iras temprano en la mañana, te iras y nadie va a detenerte. Que bueno es saber que podás andar sin que el daño que me hacés te pese en la conciencia. Una vez más se acerca la ola de racionalizaciones y justificaciones bien elaboradas. Una vez más me vomitas encima culpabilidades y “arrepentimientos”. Una vez más. Una vez más.
La verdad es que siempre que toco el tema suelo extenderme demasiado. La relación que tengo con mi único hermano mayor suele estar cargada de culpabilidades, de traumas y de vergüenzas. Pareciera que siempre que algo no va bien yo soy el culpable. Pareciera que quien grita más fuerte es el que “gana” una discusión. Yo odio gritar. Odio discutir como perro; por tanto, solo escucho tus ladridos mientras te alejás. Veo tu espalda y me encantaría saber qué pensás, qué cara te quedó después de haber llevado a cabo tu drama ¿Por qué decidís irte y no quedarte a platicar como la gente? Quizá sea para aliviar un poco tu ego lastimado. O quizá para no escuchar el filo de mis palabras que al parecer siempre te suelen dar en la llaga (aunque vos no lo reconozcás). La sangre que compartimos se manifiesta de distintas maneras. La molestia que me puede provocar un grito podría compararse con el dolor que te causa lo que te digo. Al final ¿quién es el mayor? Me lo sigo preguntando. Pareciera que hay algo en mí que siempre te mantuvo amenazado. Pareciera que no soportás mi existencia dentro de la tuya ¿Qué ves en mí que siempre te hizo detestarme? No me lo había puesto a pensar. Vos has tenido una justificación desde siempre para que el mundo valide la concepción que vos tenés de mí. Realmente, no entiendo y dudo mucho llegar a comprender qué es lo que te mueve para tratar de esta forma a tu propia sangre. Quizá solo he sido víctima de mis propias maquinaciones o quizá exista una explicación que nunca, en todos estos años, ha visto la luz. Sea cual sea el motivo, una vez más me quedo pensando en vos. Aunque deteste reconocerlo, he invertido muchos tiempo en querer descifrarte.
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El vapor empaña el cristal de mis anteojos. El silencio de aquel lugar me pareció ser el adecuado para perderme entre las páginas blancoamarillas del viejo libro que cargaba conmigo. La mesera se detuvo enfrente pero en una mesa distinta. Note su indecisión al intentar acercarse y esto termina por convencerme: extiendo mi brazo y le obsequio un plato lleno de migajas. Ella sonríe ¿Cuánto le estarán pagando por soportar este tipo de situaciones? Un capítulo más. Un sorbo más. Las páginas avanzan al ritmo del disfrute. Veo mi reloj, es hora de partir. Comienzo a hacerlo con la esperanza de regresar sano y salvo. La estadística no está de mi lado. Mi único testigo es la taza de café que descansa vacía sobre la mesa y que parece alejarse al comenzar a caminar.
Yo soy el que duerme a la par de los meados. El que camina desde el puente de las estrellas hasta la María que mira inclinada hacia el sur. Existo entre los estados alternados del amor y del odio. Soy la alternativa a las preguntas. Para algunos, maestro; el tipo de las respuestas; el que más conoce. Para mí, uno más: simple y vacío. Sigo siendo el tipo de los bolsillos pobres pero rico de sueños, de visiones, de las voces ocultas que solo se escuchan con orejas verdes de bebé. De amor y de sueños nadie se alimenta. Soy depositario de todo el mal de las familias, el autor de delitos que nadie vio. Soy engañado, deseo vivir para mí cuando en realidad lo hago para los demás. Muero poco a poco sosteniendo en mis manos la esperanza de verte crecer. Seré para siempre la tortuga inalcanzable de tu paradoja involuntaria. Cuando te abrás, yo ya no voy a estar ahí para verte. Te esperé vestido de gala en nuestro altar. Miserias de tus mal-brindados besos, miserias de tu corazón. Incomprendida existencia. Separación innegociable. Olvido.
Estabamos sentados viéndonos las caras. Alguien sugirió ponernos de pie. Don E. fue el primero en romper el silencio y sus palabras aumentaron la densidad del ambiente. Que no es tiempo de pensar sino de actuar. Que la vida avanza a un ritmo acelerado y olvidamos vivir. Una oración al Dios invisible con la fe cifrada en su escucha. Dos lágrimas de agradecimiento. Una suya, la otra de todos los que estábamos ahí. Doña M. se le unió y nos contó que cada uno de nosotros éramos parte de lo que ella esperó por algún tiempo, con lágrimas en los ojos se despidió de cada uno. Con un pañuelo procuró no arruinar su rímel. Nosotros aprendíamos de todos ellos y ellos creían que nosotros les enseñabamos. Un abrazo de despedida, un buen deseo y un apretón de manos. Experiencia ganada y responsabilidad cumplida. Instinto de humanidad demostrada en 10 minutos.
Hola mamá. Mientras escribo esta carta usted está ocupada en su trabajo, lejos quien sabe dónde. Por mi parte yo estoy aquí, sentado en el sillón de nuestra sala, recordando. Me invade un sentimiento de soledad al recordarlo todo: la infancia llena de abandonos y de carencias ¿Puede alguien recordar su infancia sin que le duela? No soy el caso.
1999
El niño está solo y nadie se preocupa. El niño no tiene compañía, cuidado o amor, pero ¿Qué puede hacerse? Todos ocupados en el trabajo, nadie tiene tiempo para mí. Si no hay trabajo no hay dinero y si no hay dinero no hay nada. Televisión, televisión y más televisión. La maldita máquina que me crío. El único acompañante en mi soledad ¿Dónde está usted mamá? Lejos, muy lejos ¿Quién me va a proteger del miedo? Sin dinero no hay nada. Qué raro es este niño. Mirá, no habla con nadie. Quizá el niño es mudo. Quizá el gato le comió la lengua. Mamá te extraño. Confrontación pública ¿Qué dijiste? ¿Qué escribiste aquí Harold? ¡¿Qué dice aquí pues?! Enmudecí. Silencio una vez más. Otra vez lejos, otra vez solo. La tarde pasa y quién sabe dónde se va. Programa tras programa, mi cabeza está vacía. Tengo una casa, comida y mi ropa está limpia pero no hay nadie solo esta casa grande y sola y soy muy pequeño para ocuparla toda. No quiero que nadie me escuche llorar. De hecho ¿Por qué estoy llorando? Corro al refrigerador a meterme pan o carne o lo que sea para que nadie me escuche. Funciona. Nadie lo nota. Nadie lo sabe. El niño está solo ¿A quién le importa? El niño ni gana medallas, ni gana lugares, ni hace nada ¿A quién le importo? ¡No me dejen! Llévenme a trabajar aunque signifique quemarme por el sol. Solo no me dejen por favor.
2001
Otra vez mi uniforme sucio. Otra vez la maestra regañándome por no llevar la tarea. Otra vez soy el que no trae el material y el que viene sin bañarse al colegio ¿Por qué todos los demás si lo hacen? Maldita y dolorosa respuesta. Una mamá. Alguien en casa que si se preocupa. Alguien que estaba pendiente de vos. Lo intentaba con todas mis fuerzas, quería ir impecable al colegio. Nunca funcionó. Usted mamá no estaba, solo para recibir mis notas. Solo para golpearme por las malas notas. Solo para recordarme lo incapaz que era de poder hacerlo todo bien. ¡Tenía 7 años! No tenía a nadie. Estoy enfermo, tanto que puedo morir. La muerte es importante ¿verdad? Ahora si soy importante ¿verdad? Aún así, escuchárlo decir y más de su boca fue el colmo “Para mí mejor que te murás” ¿Tanto así no importo? ¿Tanto así no valgo nada que es mejor mi muerte antes que mi alivio? Noches sin dormir repitiéndome lo mismo “Es mejor morir” “Es mejor morir”…
2004
Harold ¿Y usted no se baña? Palabras vergonzosas y duras pronunciadas por la maestra. Una vez más callado, sin decir nada, con las lágrimas humdeciendome los ojos. No hay respuesta. Vos ya estás grande me repetía constantemente usted. Ya estás grande, hace esto, hacé aquello, hacelo ya, apurate. Mamá me duele esto. Es mentira. Mamá, necesito lentes no veo bien ¡Mentiras y más mentiras! Mamá, el doctor le está diciendo que necesito usar lentes ¡No le creo! Notas abajo. No veo la pizarra y todo es una mentira. No hay premios, no hay felicitaciones. Mamá ¿Es mejor que me muera? ¡También es mentira! Yo nunca dije eso. La mentirosa fue usted. Mamá, me corté la muñeca, estoy sangrando. Ponete penicilina y amarrate algo y ándate de aquí…Con dolor regresé de su oficina, amarré mi brazo y dormí. Camisa blanca, pantalón negro, cinturón y zapatos de vestir tenía que ir vestido así ese día. Una vez más nadie se preocupó. Mi grupo se decepcionó de mí. El profesor dijo “Todo está bien en toda su exposición solo que hay un lunar en el grupo”. Las miradas de todos se clavaron en mí. Como explicarle al mundo que estoy solo, que de mí nadie se preocupa. Todos ven a mis dos papás caminando en la calle pero no saben lo solo que estoy. Vergüenza.
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Solitaria Avanza la maquinita. En silencio soporta su dolor. Las lágrimas se esfuerzan demasiado por salírsele de los ojos. La maquinita no lo permite, no se permite llorar, no se permite sentir, no se permite vivir ¡Avanza Maquinita! ¡Avanzá! Avanzá directo a tu destino y tu destino es servirle a otros ¿Te cansaste? Pero no es nada lo que has hecho ¡No te detengás! ¿Dolor? Superalo, ya pasó tu herida, avanzá. ¡Maquina! ¡Maquina! ¡Despertá! Es hora de cargar. Es hora de cerrar las puertas. Es hora de salir a comprar. Es hora de obedecer. Maquina Pendeja ¿Cómo que estás cansado? No has hecho nada, es poco lo que has hecho. Maquina Pendeja, no servís. No sirve lo que hacés. No sirve tu esfuerzo. No sirve tu dolor. No sirve, no sirve y no va a servir. Maquina Pendeja, ¡MAQUINA PENDEEEEJAAAAAA! *Baja las escaleras lo más rápido que puede* Anda ayuda a cargar el camión. ¡MAQUINA PENDEEEJAAAAA! Vení a cerrar la puerta ¡MAQUINA PENDEEEEJAAAA! Anda a abrir la puerta ¡Maaaaaquinaaaa pendeeeeja! Andá al banco. Maquina, Maquina, Maquina todo el día. Maquina insensible. Máquina triste. Máquina muerta. ¿Maquina? ¿Maquina qué Tenés? ¿Vas a comer? Tomá dinero y sentite mejor. Tomá dinero y alegrá tu cara. Lo que te mueve es el dinero ¿Verdad? Dinero te falta y dinero te llena. Maquina pendeja que acepta el dinero. Máquina pendeja que ya no pude sentir. Maquina fundida. Maquina lastimada. Maquina destrozada. Maquina tus cosas no importan porque vos no importas. Maquina sigue avanzando, sigue sangrando en tu soledad. Sigue triste y sola y cansada. Maquina maldita que nunca se detiene, maquina que no sabe descansar.
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Que estúpido de mi parte fue descubrir que los gatos no tenemos nueve vidas. Por si otros gatos me leen, es una sola y sanseacabó. De haberlo sabido no hubiera salido de la casa aquel día, pero si me quedaba me hubiera perdido de lo mejor y lo peor que me pasó en la vida, ese día en que me morí. Es esa idea la que me ha tenido pensando en las últimas noches; aunque, de hecho, no tengo mayor cosa que hacer. Ahora ya no tengo nada de hambre, ni de frio, ni de pulgas, ni nada de nada; sin embargo, extraño afilar las garras contra el sofá, llenar la casa de pelo, lamerme las bolas y aliviar aquella gran picazón … Y también no estuvo nada bien ver chillando a la pasmada de mi dueña. Pobrecita, creo que al final ella sí sentía algo por mí ¡Ja! Si supiera que al final ella y todos sus “mish, mishhhhh” me daba lo mismo. Momentito, ¿Por qué me miran así? ¿Y no de todas formas soy gato pues? Bueno era… ¿y ahora que soy pues? Ahí voy otra vez, pensando y repensando, ¡al carajo! ¡valió toda la maldita pena!
No les quiero contar cómo me morí, esa historia hace que hasta a mí se me venga el tricobezoazo solo de pensarlo… la bola de pelo pues. Tanto que se la lleva de intelectual la gente que prefiere los gatos y apuesto a que ni se sabían esa palabra. En fin, como les decía, no es por eso que estoy acá. Yo lo que les quiero contar es lo bueno que se la pasa uno aquí arriba en el cielo de los gatos. Imaginen que, de pasar a estar jodiendo toda la tarde con el mismo cascabel de porquería, acá te dejan jugar con esos puntos brillantes que solo salen de noche. Aquí, no hay límite para llenarte la barriga de ratas, de palomas, o de cuanta porquería se te ocurra y además, no hay nadie que te mueva los recuerdos que te gustaría conservar. Hay ríos de leche en los que nadan sardinas, árboles para trepar y ver desde lo alto. Cuando estás arriba, el viento te acaricia detrás de las orejas, en el cuello y debajo de la barbilla ¡Sin tocar la panza! ¿Por qué carajos los humanos suelen joderlo todo así? ¡Eso no se hace! Bueno… los humanos ¿quién los entiende? Porque, o sea, ¿quién les dijo que un gato puede vivir en una misma casa toda su vida? ¡Animales domésticos tu madre! A uno le gusta (o bueno le gustaba) salir a parrandear con los otros gatos, salir a ver si aflojaba alguna que otra gatilla o ver si la comida del vecino sabía mejor. Ustedes los humanos deberían de ser menos personas y más gatos, rascarse las pulgas de vez en cuando, jugar como cuando estabas cachorro o qué se yo ¡Solo soy un gato!
Quiero terminar diciendo nada más dos cosas: La primera es que es bien cierto el dicho que narra que la curiosidad mató al gato; la segunda es que no hay nada debajo de la llanta de un auto en movimiento, eso lo aprendí a la mala. Pero tranquilos, si algo te llegara a suceder mientras lo comprobás, vas a venir a parar aquí conmigo y todo va a estar bien.
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San Salvador, 15 de Octubre de 2003
Estoy aquí parado usando este traje de payaso que con mi madre logramos improvisar para la ocasión. Te confieso que me da vergüenza estar parado frente a tantas personas, que no soporto las ansias que me da el tener que pasar al frente a hacer el ridículo, que se me quiebra la voz y que me sudan las manos.
Vos estás ahí usando ese vestido blanco, rodeada de los brazos de tu papá, despreocupada por cualquier otra cosa que no sea ver a estos payasos que vinieron a hacerte reír. Es bueno saber que lo logramos porque con cada broma, con cada caída y con cada canción a vos y a tu papá se les forma una sonrisa. Esto me da más valor para seguir actuando. Vos estás emocionada, parece que tus ojos ya no se pueden abrir más. Hasta aquí logro escuchar tus gritos y tus carcajadas, ¡que buenos payasos somos!
Es mi turno de cantar, mis compañeros se quedan parados detrás de mí y comienza mi canción: ¿Quién es el rey de la selva? Uh Uh... — ¿Qué pasa? ¿Por qué él se está yendo? — ¿Quién es el rey de la mar? Shubi dubi du... — ¿Por qué vos no te vas con él? ¿Te está dejando? — ¿Quién es el rey del universo de las montañas y arboles? — Te quedás sentada llorando, viendo hacia un lado mientras tu papá se marcha. Quisiera poder dejar esto e ir a consolarte y decirte que todo va a estar bien. No llores por favor, de seguro ya va a regresar — Mi canción llega al final y simplemente no pude hacer nada. Una mujer se acerca, te toma de la mano a vos y a tres niños más, todos están tristes y se van del lugar, desaparecen entre la multitud mientras que nuestro espectáculo simplemente continúa.
La vida es muy dura para aquel niño que sigue vistiendo el traje de payaso y la niña que usa el vestido claro. Reconocer tus cicatrices y seguirte riendo de mí nos son muestras de que aquel día, hace ya muchos años, vos y yo nos encontramos.
��!
��!
Tu mente salió por la ventana del autobús en el que nos transportábamos. Yo vi como el viento te invitó a darle la vuelta al mundo y vos, sin andarlo pensando tanto, decidiste irte. Tu cuerpo frío y pesado se quedó conmigo; estabas como si no estuvieras. Tu mano se apartó de la mía y sentí la carga de estar solo. Elevé la vista para saber si al menos estabas bien, pero no pude saberlo: a esa altura ya estabas dándome la espalda y tu cara se escondía detrás de tus castaños. Yo vi cuando te diste cuenta de que yo no estaba y también vi como eso no te robó la paz, no te inmutaste. Dormiste entre las nubes, descansaste entre las montañas ¿acaso querías que estuviera ahí cuando volvieras? Despertaste. Ya estabas demasiado lejos como para poderte escuchar. Te detuviste para despedirte con un abrazo de medio segundo, un giro para volver a ver tu espalda y tu figura perdiéndose en la penumbra. Estatuez una vez más. Me quedé para ver si al menos regresabas la mirada. Cuando lo hiciste me di por satisfecho. Entonces quisiste volver pero he ahí el problema: el viento me invitó a recorrer el mundo y yo, sin andarlo pensando tanto, decidí irme.
Supe desde el principio que esto iba a presentarse. Me anticipé y entre un futuro incierto logré imaginar sus lágrimas. No quiero que llore y menos si es por mí. Quiero y aspiro a su felicidad, quiero y aspiro el don infinito de su risa, de su carcajada tímida, aspiro a la incontable pasión con la que usted abraza, besa y ama. El querer esta en mí, el hacer depende de nosotros ¿Esta usted dispuesta a esto? ¿Estad usted segura de estos pasos de fe que la llevan a caminar en el vacío? No se tiente a retroceder, ni siquiera mire para atrás. La mirada hacia arriba contemplando el porvenir, los pies ligeros junto a los míos, junto a los suyos, junto a los nuestros.
Haber pasado por aquel lugar donde tantas veces nos encontramos no me hizo nada bien; sobre todo por haberme detenido bajo aquel inmenso reloj que alguna vez fue testigo de nuestro primer beso. Era una noche triste de finales de Junio. Se cumplían cuatro meses desde la última vez que la vi. Es difícil no pensar de forma pesimista cuando no hay nada en esta vida que nos devuelva a quien alguna vez perdimos. Recuerdo su voz despidiéndose, mientras soportaba aquel inmenso nudo en la garganta, recuerdo haber escuchado por vez última aquel “Te amo” que cayó como cientos de toneladas y me aplastó el pecho hasta el dolor máximo. Entonces cruzo por la esquina y me doy cuenta de que aquella banca, que tantas veces hizo de punto de encuentro entre ella y yo, ya fue removida. El camino a la casa se vuelve cada vez más duro. Hoy es el tiempo tan temido cuando las risas, las caricias y los besos resultan lejanos, tan lejanos que parecen ajenos. No he sabido nada de ella durante todo este tiempo. No tengo la menor idea de si, así como yo, ella también llegó a su destino. Tan solo me queda aguardar lo peor.
Continúo el camino interminable a la casa entre calles abandonadas de mi pequeña y malviciada ciudad, avanzando entre meados de borrachos y caca de perro, entre luces tenues y el esmog. La vida se limita a la visión miope de los proximos cinco pasos que estoy por dar (Continuará).
Viajaba yo entre calles oscuras y ocultas tras la penumbra, observando desde la ventana del autobús de la cual ya me había vuelto dueño. Miraba con desprecio el espectáculo ruin que la noche había preparado: un vagabundo durmiendo debajo de unas gradas; un gordo, pelón y desnudo dispuesto a devorarse la cena que su mujer le había cocinado; un marica que corría gritando estupideces por toda la calle y, bueno, esa clase de cosas que solo se ven en el centro de San Salvador. Viajaba yo en aquel colectivo que me resguardaba de ser parte del show, ensimismándome en los pliegues secretos de mi propia psique, arriesgando mi propia cordura al pensar tan viles ideas. Entonces me di cuenta que la decadencia que reinaba del otro lado de mi ventana, también me ha invadido. El autobús avanzaba. El chofer confiaba en que esta noche no será víctima de ningún asalto. Su confianza es tal que logra convencerme de ponerme los auriculares y sustraerme de este mundo. Comienzan los acordes; la voz melancólica de un tipo desafortunado; el tiempo se ralentiza; mi cerebro no lo puede comprender; por fin, expulsa el sobrecargo por medio de gotas de sudor que humedecen la mugre impregnada en el frío marco de metal en el que ahora descansa mi cabeza. La melodía acaba pero comienza una nueva y el proceso se repite hasta llegar a mi destino. Mientras tanto sigo perdido sin pensar nada y pensándolo todo. La vida pasa tan rápido cuando se tiene en qué pensar, cuando se tienen buenas pistas para reproducir. Llego a mi estación, quito los auriculares de mis orejas y entonces vuelvo a este mundo. Una vez más voy de regreso a la casa entre sombras y recuerdos; entre luces y olvido. Entonces su ausencia se hace presente e inevitablemente la extraño.