Yo a una obra la llamo júbilo

Obituario

Yo a una obra la llamo júbilo

Murió Gyula Kosice, un artista tan inquieto como esencial, pionero en la incorporación del agua y otros elementos vitales en su vasta obra.

26 de mayo de 2016

por Ana Quiroga

Conocí a Gyula Kosice el año pasado, en un homenaje que se le hizo en el CCK. Estaba algo disgustado porque había tenido que entrar en silla de ruedas. No quería, no le gustaba que lo vieran así y eso lo ofuscaba, así que a la salida del acto, para el cóctel, pidió estar parado. Ese día me invitó a que lo visitara en su museo-taller, y charláramos. Unos meses después, lo entrevisté en la casona de la calle Humahuaca. Y semanas después volví, con la excusa de las preguntas pendientes, porque una vez que entrabas a su mundo, era difícil no querer volver.

Kosice había nacido bajo el nombre de Ferdinand Fallik en 1924 en -justamente- Košice, frontera checohúngara, hoy Eslovaquia. A los 4 años, cruzó el océano junto a su familia y adoptó a la Argentina como propia. Esos serían sus primeros recuerdos con el agua. El siguiente, de adolescente, fue un momento traumático en el que casi se ahoga. Tiempo después, el agua se convertiría en un elemento esencial en su obra, que lo acompañaría toda su vida. A los 18, diseñó “Una gota de agua acunada a toda velocidad”, la primera obra hidrocinética del mundo. Desde entonces, su camino fue un recorrido en busca de realizar su mayor utopía: habitar el agua.

Pionero del arte hidrocinético y lumínico, fue también el primero en usar el gas neón en una obra de arte, y el primero en Latinoamérica en crear una escultura articulada y móvil (Röyi, que se puede ver en el Malba).

En 1946, fundó junto a los uruguayos Carmelo Arden Quin y Rhod Rothfuss el movimiento Madí, y en el mundo se comenzó a hablar de marcos irregulares y recortados en la obra de arte, rompiendo con el clásico cuadro que alojaba a las pinturas. Dos años antes, en su editorial del primero y único número de la mítica revista Arturo, Kosice proclamaba: “El hombre no ha de terminar en la tierra y conquistará el espacio multidimensional”. Rápidamente, los madí se convirtieron en una de las corrientes de vanguardia más importantes de la historia del arte.

Kosice era alegre, utópico, inquieto. Todas las mañanas bocetaba nuevas obras en su taller y recibía grupos de estudiantes de distintas edades, coleccionistas y periodistas a los que les contaba una y otra vez sus mayores sueños y aspiraciones artísticas. Y le encantaba guardar los recortes de cada nota suya que se publicaba. Tenía paredes repletas de fragmentos de diarios, revistas y fotos de todas las épocas. En esas fotos, se lo ve posando junto a personajes como Jean Paul Sartre, Jorge Luis Borges, Umberto Eco, Ray Bradbury, Manuel Mujica Láinez, Le Corbusier, Alberto Giacometti y Pichón Riviere.

Con su guardapolvo azul y un pañuelo de seda turquesa sobre su cuello, que hacía ver sus ojos celestes enormes, Gyula te recibía en su espacio y te hacía sentir bienvenido. Si le pedías una foto, siempre decía “whiiiskyyyyy”.

Roland Barthes
Alegre, utópico e inquieto, todas las mañanas bocetaba nuevas obras en su taller.

Hablaba con orgullo de la “Ciudad Hidroespacial”, el que quizás fuera su proyecto más ambicioso: una urbe para habitar el espacio multidimensional a 1.500 metros sobre el nivel del mar, que extrae el agua de las nubes para su sustentación. Sobre esta obra creó textos, poesías, manifiestos y planos. La presentó por primera vez en 1970, en la Galería Bonino. En el catálogo de la muestra, el astrónomo Carlos Varsavsky escribió: “Tomás agua de las nubes, la descomponés por electrólisis, usás el oxígeno para respirar y el hidrógeno lo metés en una máquina de fusión nuclear y tienes energía de sobra. Podrá llevar diez, veinte, treinta años hacerlo, pero técnicamente es concebible y realizable”. Unos años después, Noel Hinners, director de la NASA , le envío una carta, interesado en su proyecto.

Mucho de lo que Kosice planteaba en sus obras puede resultar inentendible. Sin embargo, se esforzaba para que nada de su creación nos resultara ajeno. En su museo –que abrió en 2003 en la casona que funcionó durante 30 años como su estudio–, guardaba unas 240 piezas, entre esculturas, objetos y algo de arte digital (aunque la técnica le pareció lejana y la abandonó rápidamente). Atento a las reacciones de sus visitantes, encendía una por una las obras expuestas y abría a su paso un universo de agua y luz del que era imposible salir indiferente.

A pesar de que su nieto Max llevaba toda su agenda, él siempre estaba atento a horarios y compromisos. Estar cerca suyo era para todos sus asistentes un desafío constante, no saber qué iba a venir, cuál sería la búsqueda. Su objetivo nunca mutó: encontrar nuevos nexos entre el arte, la ciencia y la tecnología.

A los 80 años publicó su autobiografía. Pero también escribió otros 18 libros. El último fue La Ciudad Hidroespacial: 500 lugares para vivir, poemas y textos breves escritos entre 1946 y 2010 e inspirados en su monumental obra.

A lo largo de su trayectoria, presentó decenas de exposiciones individuales y más de 500 muestras colectivas. Pero él estaba orgulloso sobre todo de una: la del Pompidou, del 2013. En la muestra “Modernidades múltiples, 1905-1970” fue el único argentino que tuvo una sala enteramente dedicada a su obra. En el catálogo, la curadora Camille Morineau lo describió como un visionario del arte contemporáneo. Y eso a Gyula lo maravillaba. “Yo a una obra la llamo júbilo, negación de toda melancolía. El sentimiento de vida. La clave es la inspiración, no hay otra. Yo no me adecúo a otra fórmula que no sea la fórmula tradicional. Vale todavía creer que la inspiración es el leit motiv para crear nuevas obras de arte”, solía decir.

La última vez que lo vi, a sus 91 años y ya con la vista y el oído algo perdidos, me dijo: “No nos olvidemos que el origen de la vida se genera en el agua, cosa que descubrí hace poco”. Así era Kosice. Incansable, brillante, siempre en plena búsqueda, siempre creyendo que el arte le podía dar más.  

“Ciudadano argentino hidroespacial, me he zambullido en la creación totalizadora. Emerger de aguas transparentes, ser impulsado hacia lo inédito, ha sido y es mi actitud, más allá de toda metáfora”.

Buen viaje, Gyula.


Ana Quiroga es la encargada de prensa del Museo Nacional de Bellas Artes. También es columnista de cine. En Twitter es @anaquiroga_1.