Te leo, te leo las pecas y el código morse grabado en tus mejillas; con mucha dificultad, porque se torna tan rojo que apenas pareciera que algo está escrito allí.
Te inhibo de ti misma, inhibo tus brazos y que gritas al quiebre; me aturden los oídos y mis brazos, que se cansan ya de tanto esfuerzo por inmovilizar los tuyos.
Pero ahora estamos de pie, y el rojo se esparce por el aire y se esparce por nuestras bocas, que mudas se han quedado... La tuya del egoísmo, la mía por el mal viaje, vaya!
Quédate tú y tus alaridos, que aturden, muchacha. Yo que aprecio bastante mis capacidades auditivas.