alexander blumer for savannah and dylan birthday party.

       “Yo máaas.” Canturrea, silabas entonadas en un do mayor, canción improvisada que sólo duró la oración semejante. Brazos rodean los hombros del menudo muchacho, mentón reposando sobre los mismos. Escena típica, de aquellas de bares y que terminan trotándose más empalagosa que cualquier película romántica, cliché de borrachos siendo avasallados por el amor que deciden guardarse día a día y desborda con un poco de buena bebida, luna atestiguando el amor expuesto de dos chicos entonados. “I love you, so much.” Sigue cantando en un inglés estrepitoso, deposita un beso fugaz y brusco sobre la mejilla opuesta y entonces recupera la distancia. “Pero no más que a Dylan, porque es el del cumpleaños.”

Es una ligera carcajada la que escapa, se hace presente en el poco espacio existente entre los cuerpos, cantarina expresión que brilla al compás de la mirada—. Puedo ser complaciente —porque el alcohol es el dueño de los hielos que la manejan esa noche, pecando de codicia cual abeja a la miel. Y a lo lejos reconoce los susurros de un pavor enterrado trago tras trago, el segundo actor de la noche, el que la impulsa desde la oscuridad a tomar decisiones que la alejen de él mismo. Siente aliento contra delicada piel y se estremece, sin soltar la sonrisa segura de los labios. Las palabras engrandecen el ego, la embriagan con mucha mayor efectividad que los diversos vasos tomados, y ya sabe que recorrerá los solitarios pasillos de aquel hotel en búsqueda de lo prometido, pero por el momento pretende indecisión, sonido pensativo saliendo de su garganta—. No lo sé, suena muy tentador quedarme aquí y continuar recibiendo alabanzas —pero ahí se gira del todo, enfrentándolo por completo con expresión más liviana, dedos que vuelan hasta la dermis contraria dejando caricias como regalos. Y se pone de puntillas para alcanzar su oído, sinuosa se mete en su espacio, coloca los labios cerca del cartílago en imitación a las acciones ajenas—. ¿Por qué aun estamos aquí? // @alexblumxr

       “Podría hacerlo toda la noche.” Tonalidad enriquecida en abrupta seguridad, el ego de él dispuesto a inflar el impropio si es que eso hacía falta para poder saborear la ambrosía que ahora eran aquellas carnosidades pintadas de carmín. Pero el juego cambia, siendo él entonces el espectador al despertar de sus sentidos gracias una cercanía ansiada y aquella voz que sabe a perdición, menguante curvatura comienza a formarse en sus comisuras, la respuesta siendo mucho más satisfactoria de lo que imaginaba. De soslayo contempla el perfil femenino, un poco de enigma envolvía el ambiente, lo hacía intrigante, lo obligaba a vivir el momento. “No tengo idea.” Confiesa, para entonces dejar a su palma acariciar cada parte de su brazo, camino perfecto que lo llevó hacía los dígitos opuestos, los cuales tomó sin represaría alguna. No hizo falta de más uso de las apreciadas palabras, ahora eran sus pies quienes guiaban, trasladándolos hacía el destino que alemán había dibujado con un poco de coraje, agallas obsequiadas por el alcohol en su corriente sanguina, juicio embriagado y embelesado con la belleza que lo acompañaba, futura víctima de sus besos. La cabaña se impone frente a sus narices y ni se molesta en apreciarla, mente dispuesta a sólo una cosa, ebrio demasiado concentrado como caer en despistes irrelevantes, por lo tanto, ingresa, aún sus dedos aferrados a los de la ondulada cabellera pretenden guiarla consigo hacía el interior que serían su nuevo testigo. Gira sobre su eje y jala un poco del agarre con toda intención de traerla hacía él, caminata hacía tras descuidada, mirada enfrascada en el semblante ajeno, sonrisa embobada la invita. No espera, se deja llevar como hoja al viento, se deja llevar hasta que la distancia fue historia y sus falanges acariciaban las tiernas mejillas, narices rozando, fragancias seduciendo y alientos entremezclados. “Eres hermosa.” Recuerda cual aquel hecho fuese maldición alguna, un susurro que muere en los pétalos rojizos, y cede. No aguanta, necesita sentir sus labios sobre los de ella, probar aquello que entonces se había vuelto capricho.

Hace frío fuera, con el gélido aire golpeándole las mejillas y moviendo las dos trenzas que atrapaban el cabello, pero poco le importa. Alza el móvil lo más que puede y con la otra mano mantiene el segundo abrigo cerrado sobre el estomago, seguramente formando una imagen cómica allí parada, pequeña bola de ropa intentando encontrar la señal muerta. Pero no está prestando atención a los detalles, tiene una misión y está dispuesta a trepar al techo de ser necesario. Sin embargo el ícono del servicio continúa testarudamente en blanco, y de su boca sale un quejido frustrado. No va a llorar, pero joder, se sentiría bien descargar su impotencia de alguna forma. Es entonces que escucha pasos a sus espaldas y se gira para encontrar un rostro familiar, al fin bajando el brazo de su infructuosa búsqueda—. Alex —emite, súplica en la voz—. Dime, por favor, que has tenido mejor suerte que yo. // @alexblumxr

            “¿Qué haces aquí afuera?” Se abraza a él mismo, frota sus antebrazos y comienza a hacerse más chiquito. Las suplicas de la muchacha pasan a un segundo plano por un instante, la gélida brisa lo distrae demasiado como para ceder su atención a otra cosa. “Estás loca, vamos adentro.” Cobarde, el plan de una amena platica para matar el tiempo es efímeramente desechado por el tajante invierno, prefiere un té caliente y una chimenea antes de comenzar a temblar en la intemperie. Así entonces, extiende su mano con toda intención de que la femenina la tomara y se disponga a caminar a su par hacía las instalaciones del interior. Pero entonces fugaz evoca nuevamente las prosas extranjeras, comprendiendo en demasía el motivo de exponerse de tal forma. “Y no, está todo cortado y lo que hagas no hará que vuelva, así que por favor entra, o te morirás congelada.” La extrañeza en su entonación era arrastrada por miles de intentos fallidos, era el sonido de haber aceptado una derrota.

Al menos sabían que la mayoría se encontraba en buen estado, y aún así no podía no pensar en el paradero de la joven que desde horas atrás habían anunciado su desaparición. Rostro que apenas recordaba, una vaga conversación y el recuerdo aún le dejaba un mal sabor. La cuestión retumba sobre sus oidos, decir que esta bien sería una completa mentira que ni ella misma se puede creer. Hombros que caen con una pesadez, las horas de sueño finalmente comienzan a ser una molestia que cala casi tanto como el recuerdo de las imágenes que se recorren en su memoria, irónicamente, como películas. “¿Alguien puede estar bien después de todo el caos de anoche?” no es ironía la que se cuela en sus palabras, es la verdad absoluta que brota de sus labios, no piensa las palabras, y no le importa. “hay un loco suelto, y estoy comenzando a creer que no fue ese pobre idiota al que culparon de poner algunos nombres en la pared” creer que estaban a salvo, les habían hecho creer que no corrían ningún riesgo desde el aniversario del hotel y comenzaba a pensar que aquella no había sido la única mentira que les habían dicho.

               “El psicópata ese, ese debe estar haciendo una clase de celebración consigo mismo y todo. Hasta vino tiene en su fiesta, pero ¿aparte de él? No, lo sé — fue una pregunta tonta.” Ahora sí, por fin la honestidad brotó de sus labios porque las palabras contrarias lo habían invitado a ello, porque ya sabía que por más que se esmerara el resultado continuaría siendo el mismo y, al parecer, aquello no era algo que la mujer necesitará ocultar o reprimir. La había subestimado, un poquito. “Dicen que no se soltó… pero podría ser su gemelo malvado.” Sí, iba en serio y se respaldaba en todos esos giros inesperados en las tramas cómicas de suspenso y en la vida de aquella otra chica con la que compartió el ascensor del mal cuando la noche de relajación se volvió la noche de perturbación. Según le había narrado, compartía vida con un ser idéntico a ella y dentro de su actual realidad todo eso tenía cierto sentido ¿y si en verdad el sujeto que está en la cárcel cuanta con un secuaz capaz de continuar los planes que dejo pendientes? La simple idea lo asusta por un momento, pero decide dejar la paranoia a un lado queriendo aferrarse a la poca serenidad que aún le quedaba.

Sus orbes descendieron hasta el aparato ofrecido, inutilidad seguir intentando encontrar una señal difuminada, el intento de encontrar una comunicación con quien llevaba el apellido portado, un auxilio de quien se había transformado en su héroe desde que la primera palabra fue pronunciada. Agua fecundada en sus profundidades, viéndose obligada a presionar los labios para ahogar el llanto naciente ante el recuerdo paterno. “Sólo tú está bien.” admitió, apareciendo una curvatura en sus carnosidades ante la aclaración masculina, negando con el fantasmales melodías deslizándose entre sus labios. “así está bien, alex, gracias.” agradece por el teléfono que ahora cae en el bolsillo de su pantalón, agradece la sonrisa que amenaza con terminar con el nudo en su garganta y el aguacero que anuncia su llegada en sus orbes. Niega al escuchar la pregunta expulsada, arruga su nariz como si el recuerdo de un mal olor se hubiese filtrado por sus fosas nasales, pero no, son ruidos. Ruidos que la acosaron en medio de sueños interrumpidos, giros en pesadillas y frustraciones recorriendo su espina dorsal. “No lo sé.” el vestigio de su voz se representa en el murmullo, mirada volviendo a posarse en la contraria, buscando un consuelo que sabe que no encontraría. “no la conocía, pero—” se encogió de hombros, sintiendo nuevamente el temblor en su mentón y su visión cada vez más nublada, sumergida tras los cristales que colman sus castañas. “cuando tenía cinco una vez me caí, me dolía mucho la rodilla y no paraba de llorar.” narró, lágrimas descendiendo con descuido sobre sus mejillas, obligándose a esconderse tras los claros cabellos. “papá me dijo que nunca más nada malo me pasaría, pero ahora no puede hacer nada, y quizás la próxima sea yo.” su voz se quiebra, la frustración ataca cada uno de sus miembros, los retuerce en medio de una promesa que no puede ser cumplida. “quizás tú, ¿quién sabe? y no podemos hacer nada.” desesperanza fija en su mirada, dorso de la mano limpiando los rastros de vulnerabilidad.

            Menguante curva se manifiesta, palabras quieren salir pero sus labios permanecen sellados y ahora sólo son simples gestos los que dan replica y exhiben que aún yace prestando toda su atención a ella. Es que sólo le basto volver a hablar para robarle el habla al alemán, no por lo despampanante que lucía incluso en aquel estado insoportable, sino porque parecía un reflejo de aquello que se había decidió a esconder bajo llave en algún recoveco lejano de sí. Y cuando la sinceridad fue protagonista sus orbes se enfrascaron con el semblante ajeno, sus oídos se inundaron con sus palabras y tuvo que ocultar sus labios, la impotencia también estaba en él pero el verdadero mártir era desconocer sobre el estado y paradero de la hebras color fuego. Asiente un poco, concuerda o algo así, desvía su mirada y se empapa por un momento con su voz hasta que algo se quiebra en la misma e instintivamente regresa sus orbes a la muchacha. Su semblante cambia drásticamente, el enfado del recuerdo se esfuma y ahora no hay otra cosa más que empatía. “Hey, hey.” Busca su atención, acorta la distancia y sus dígitos toman aquellas manos que no hacen más que barrer lágrimas. “Sé que tienes razón en una gran parte, pero si hay algo que podemos hacer… aún no lo sé, pero hay algo.” Siempre lo había, o al menos eso era lo que su padre le prometía. “Y, créeme, tu papá seguro está moviendo cielo y tierra para ayudarte. Es tu padre y seguro se habrá dado cuenta que algo no anda bien… Ellos tienen ese don, lo entenderás cuando seas madre.” Habla como si él lo fuese, inyecta la gracia con el único objetivo de disipar la tensión en su contraria, verla así era casi una pesadilla. Sus falanges abandonan las manos impropias para ahora ascender hacía las mejillas femeninas, deja una delicada caricia, un tacto de consuelo, corre paulatino un mechón a su paso y le obsequia una sonrisa. “Y sí me preguntas: creo que necesitas salir un poco del ático.” Al son de las expresiones de ella, el lugar era sofocante.

Bueno, tienes suerte, digo, no mide más de un metro treinta, pero tiene un gancho…—negó, y aunque las palabras sonaban inevitablemente gráciles, la situación del alemán inclusive de un tinte de comedia pese a la mala fortuna, era una oración de lo más honesta y real, vivida por el dueño de ojos claros mismo. Asentimientos fugaces, se revolvía en la memoria de la retina la repetición de imágenes, desde las grabaciones de la pareja en sus momentos de felicidad hasta los últimos minutos de intimidad rota por una mente de cables macabros y pensamientos ilegibles— Eh, creo que tiene el pelo corto, no sé, pero la grabaron mientras se cambiaba, y a Casper con Etienne, y bueno, no sé, ¿puede que haya cámaras por todo el maldito hotel? —la incredulidad, la predicción de pensar que el hombre no debía estar solo, cómplices debía haber, algún tipo de cercano que hilaba con él aquella obra de teatro tétrica. Suspiró pesado, todo el aire contenido escapando en un sonoro repiqueteo— Sí, oí lo mismo, parece que logró escaparse justo…—de tan sólo imaginarse en aquella escena se le ponía la piel de gallina, los huesos trémulos y calados por un temor que esperaba jamás tener que enfrentar por el buen de la sanidad mental. Segundos para que las ideas inicien una guerra en el campo de batalla, su mente, sacando armas, atacándose, no había modo de imaginar un peor panorama, pero al mismo tiempo lo había y era perdiendo, sangre ensuciando el manto níveo, el peor de los finales para la pobre dueña de hebras rojas que no era conocida en detalle por el muchacho, mas que oyó era la personificación corpórea de lo dulce, de la inocencia— Nada lo es, no…—justicia, parecía que el enemigo compartido por todos los inquilinos no sabía de justicia, de ética o de alma misma, que no había ningún ápice de bondad, en palabras concretas, estaban yendo contra un enfermo mental, un psicópata. Con un suave suspiro, buscó la mirada del muchacho, curiosidad asomándose en las irises color mar— ¿No quieres un té o un café de verdad, huh? Nos vendría bien…—comentó, había dejado por la emoción del encuentro el agua hirviendo, el líquido en el pocillo ya estaba pintado en negro, dejando en el aire un aroma amargo que le llenaba las fosas nasales y tentaba a sus dedos a moverse, en búsqueda de calor.   

          “… ¿te golpeo un enano de jardín, Dylan?” Entorna su mirada, deja que la intriga cale en su matiz y aunque era un interrogante su voz pintaba a que ya era conocedor de la réplica. Tras todo lo oído la única información que había quedado se trataba de aquel posible escenario dónde su amigo era protagonista y recibía un golpe por mano de un ser similar a la hormiga atómica. Pintaba ridículo, pero la extrañeza no existió. Mas nada de eso pareció importar cuando la descripción de la víctima invadió su zona auditiva, sabía ahora de quién se trataba y una mezcla de impotencia y pesar se hallaron en batalla dentro suyo. “Oh, no. Es Blue… ¿Por qué le hicieron algo como eso? Es decir, la chica parece tener ya demasiado en su vida y ahora eso.” Se figuraba, tenía sus teorías, nada que no acaricie los límites de la imaginación, al fin de cuentas, sólo se creaba ideas de lo que la muchacha de triste semblante exhibía por los pasillos. “Quiero matar a ese tipo.” Pensamiento en voz alta se filtra, la ira apropiándose de sus labios esporádicamente.  “Y, sí, puede haber incluso escondidas en almohadones o dentro de cosas… De hecho, es mucho más fácil ocultar una cámara que comprar una.” Estaba seguro de ello, años atrás jugaba a hacer bromas y las subía a su canal, las oraciones dichas estaban comprobadas por él mismo, eso fue lo que termino de hacer que su miedo se manifestara. El tipo tras todo esto estaba más que loco, perturbado. Falanges viajan hacía las hebras azabache, se enredan en ellas durante un momento dónde la frustración cobra viva en un mundano gesto, manos se entrelazan y descansan sobre su nuca, escucha a su compañero y no hace otra cosa que asentir ¿qué más de lo dicho podría añadir? “¿Está mal si culpo al gobierno y al sistema?” Sátira, broma, chiste, escudo para los sentimientos incompresibles y difíciles de abordar, de llevar con los orbes de un tercero puestos sobre su anatomía. Una mueca, una media sonrisa, un elevamiento de hombros que deja caer sus brazos, rendición o simulación a la misma. Un poco de las dos. “Eh, sí. Claro, un café. Estoy sin dormir desde ayer, seguro me desmayo si no tengo cafeína.” Exagera, se aparta del camino y se mueve por el espacio, deja el sendero libre para que su amigo se ponga manos a la obra. El café no solucionaría nada, pero ayudaría a soportar el resto del día, en eso Dylan tenía razón.

Los pies se mueven con un único propósito, determinado arranca camino en busca de la silueta conocida, con ahora más calma, los nervios son simples vestigios, el mal sabor de horas atrás en donde la desaparición del alemán lograba ponerle los pelos de punta. Desconoce la historia, se da a basto con los detalles que ha recibido por parte de Dylan, se da por bien servido al saber que él está bien, mas algo dentro le dice que debe cerciorarse, ver por si mismo el estado en el que se encuentra. Busca, busca y encuentra, pulmones que se detienen y sonrisa naciente sobre las facciones nórdicas. “Cabrón” saluda, insulta, un poco de ambos. “¿Tienes una jodida idea de lo mucho que me preocupé por ti? ¿De lo preocupados que estábamos Dylan y yo? ¿En donde te metiste? ¿Estás bien?” bombardea con cuestiones, quizá, innecesarias, se acerca a paso apresurado hasta la silueta y no le importa, rompe distancia, eleva la anatomía masculina apenas un ápice, escasos centímetros y le regresa al suelo. “Podría darte una golpiza, lo juro.” | @alexblumxr

         Las palabras son arrebatadas de sus labios, cada una de ella, como si el noruego estuviese leyendo su mente, lo deja entonces con una curva de oreja a oreja pintada y el sentimiento de alivio explotando sobre su pecho, mirándolo como si la noche hubiesen sido años de distancia. Cede al contacto como infante que abraza al más grande sus ídolos, sus extremidades quedan el aire y él las sacude y hecha un grito, eso no se lo esperaba pero si estuvieran en el lugar de su amigo sabe que hubiese hecho lo mismo. Palmea la espalda, agarra la remera contraria, lo suelta al llegar al piso y ahora sus palmas golpean las mejillas opuestas hasta tomarlo por la nuca para chocar su frente con la él. “¡Cabrón! Yo podría decir lo mismo.” Otra palmada desbordante de cariño, se aleja y vuelve otra vez al abrazo, esta vez la palmada sobre el dorso antagónico es con una sola mano y más que un abrazo parece un impacto breve. Retoma la compostura, pero negado a soltarlo, sus puños se mueven juguetones en busca de aterrizar en cualquier parte de la fisonomía masculina. “Te fuiste afuera, eres un maldito suicida.” Bromea, aunque la bronca es filtrada de todos modos. “¿Quieres morir? Creí que ya habíamos hablado eso, si te suicida tenemos que hacerlo lo tres ¡suicidio colectivo! ¡lo sabias!” La jerga comienza a cesar, la efusividad y emoción aún yacen en su mirar pero su cuerpo decide descansar de los juegos, encuentra la tranquilidad. “Hermano, Dylan estaba muerto de miedo cuando me contó que saliste, ¿por qué lo hiciste? Mierda, estás loco.”