–¡Necesitaba un descanso de ti y todas tus payasadas, Bianca! –Ella exclamó, esbozando una infantil mueca–. Vale, no lo digo en serio, no sería capaz de vivir sin tus constantes bromas, lo siento –se apresuró a añadir, enfundando la esbelta anatomía ajena en un cariñoso abrazo–. ¿Ves? Tú tampoco puedes vivir sin mí –soltó, divertida. Arrugó su nariz al sentir cómo alborotaba su cabello, intentando arreglarse a duras penas–. ¡Hey! Suelta. No tienes idea de lo que es lidiar con esta peluca por la mañana.
—Nadie te manda a ser tan susceptible. —Respondió en broma. — Ya sé que no puedes vivir sin mi, hijita adoptiva. —Replicó, tomándole el pelo con la diferencia de altura. — No, no puedo vivir sin tí, Freiah. Eres la jalea de mi mantequilla de maní. —Dramatizó la castaña, aumentando su tono de voz y gestualizando exageradamente. — Ups, lo siento. No, en realidad no. —Retiró rápidamente, con una sonrisa burlona en sus carmín.