Frain week 2023 - Day 1 - Dance
Hubiera hecho lo que fuera por evitar estar allí aquella noche y no creía que nadie pudiera culpar a Antonio por ese deseo visceral que arañaba sus entrañas. Una cosa era romper con tu pareja en buenos términos y otra, totalmente diferente, asistir a su cena de compromiso mientras tú sigues soltero. Tenía la sensación de que le habían echado una maldición desde entonces. Cada persona que conocía, cada relación que parecía que empezaba a crecer caía en desgracia. En un rincón, pegado a una pared, Antonio tomaba su copa de champán número tres mientras buscaba entre la multitud a los camareros. ¿Su objetivo? Detectar cuándo introducían nuevos platos a la fiesta y probarlos todos. Aquella noche iba a ser horrible, pero al menos volvería a casa lleno y borracho.
En uno de sus escaneos, se encontró con el océano enmarcado en la mirada de un hombre esbelto de cabellos rubios. Por algún motivo, Antonio no podía apartar la mirada y el desconocido allí seguía, a metros de distancia, atento a él. De repente, sus labios se curvaron en una sonrisa y el hombre agitó los dedos, ágiles, para dedicarle un saludo. Antonio se atragantó con su propia saliva del susto y empezó a toser. Intentó devolver el saludo, aunque se dio cuenta de que sería preferible centrarse en no morir. Cuando se recuperó, el hombre había desaparecido.
—Perfecto —refunfuñó entre dientes.
Su plan había regresado a la casilla de salida: beber y comer hasta rozar la enfermedad. Y en esas estuvo, hasta que, de repente, una voz a su derecha lo sobresaltó.
—Cualquiera diría que estás en un funeral, querido.
La voz era suave, profunda, de seda, lo acariciaba y le hacía cosquillas en cada erre. Entornó el rostro y allí lo encontró: el adonis del otro lado de la sala. Sólo que ahora lo tenía a dos pasos a su derecha. El cerebro le estalló en un torbellino de pensamientos. Tenía que reaccionar, lo sabía, pero ahí estaba: mirándole con la copa a medio beber, la boca medio llena y en silencio. El hombre sonrió de lado y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Se te ha comido la lengua el gato o eres un hombre de pocas palabras? Me llamo Francis.
El susodicho le tendió una mano y Antonio entró en pánico. Tragó lo que tenía en la boca, se quiso limpiar la mano y casi tira su propia copa, pero al final consiguió lo que se proponía y le estrechó la mano.
—Yo soy Antonio. Perdona, soy un desastre. Entre la pandemia y todo eso, a veces me comporto como un hombre de las cavernas.
—No puedo negar que tiene su encanto —susurró Francis para él mismo.
El remolino de su mirada lo enfocó y a Antonio le dio la sensación de que podría ahogarse y ni siquiera le importaría. Francis le sujetó la mano cuando él iba a apartarla.
—¿Te apetece bailar un rato? Las conversaciones de esta fiesta son un aburrimiento.
—¿Incluso esta? —Antonio maldijo la pregunta en cuanto abandonó sus labios.
—No, podríamos decir que esta es la excepción.
Los ojos del hombre descendieron por la camisa de Antonio y acabaron en sus manos. Los dedos de Francis dejaron de apretar tanto y produjeron un roce, casi una caricia o un fortuito accidente.
—¿Entonces? ¿Qué me dices?
Antonio dejó la copa en una mesa y se fue con él. Bailando con Francis, en medio de la pista, entre las risas, el deseo y la intimidad, Antonio olvidó dónde estaba, olvidó todos los fracasos, olvidó sus obligaciones para el día siguiente, olvidó el mundo. Su existencia empezaba y acababa en aquellos metros de la pista de baile donde sus pies se movían al ritmo de la música junto a los de Francis.