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Frain week 2023

@aphfrainweek

Dates: 30/07/2023 to 05/08/2023
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Haitus?

I decided not to continue Frain week for this year. I have other projects and will be busier than usual. Unless I have many people telling me they want it. I doubt it though. you can share this post if you'd like frainweek to keep going.

If anyone want to host the frain week themselves, please dm me on @maryeve-the-bitch. I'll check if i could give you the blog. Perhaps we can see in 2025 if i keep this going.

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miruru12

Day 5: Public display of affection

Los odiaba. Es que no lo podía soportar. Su saber hacer, su caballero interior, se retorcía de la grima cuando los tenía delante. Inglaterra pensaba que era algo que había sido así siempre y que nunca iba a cambiar. Bueno pues se equivocaba. Desde que España y Francia tuvieron la brillante —y, por supuesto, estaba siendo irónico— idea de tener una relación, la cosa había empeorado. ¡Una jodida relación! ¿Qué se creían? ¿Que eran humanos corrientes? ¿Que podían tener una relación que estuviera totalmente alejada de la política? Por eso mismo en un principio nadie los creyó y todos los vigilaron. Si estaban preparando algo grande, verían los indicios. Pero no. Las cosas, dentro de las reuniones, no habían cambiado. Incluso los habían visto discutir con la misma visceralidad de siempre.

Ah, pero fuera…

Fuera, la cosa cambiaba.

Francia ha sido, es y siempre será un pulpo. Tiene la fama y carda la lana porque le gusta. Porque tiene el cerebro podrido. España, por otra parte, nunca ha tenido un concepto muy claro del espacio personal. Es como un Golden Retriever en busca de atención y no tiene ningún reparo en tocarte el brazo mientras te habla o despedirse con dos jodidos besos. Francia es gasolina y España es fuego y se retroalimentan de una manera repugnante. Ahora que eran pareja, la cosa había empeorado. En cuanto se acababan las reuniones y dejaban el hacha de guerra enterrada en el auditorio, daba diabetes. En sus miradas se veía la felicidad, el cariño que se tenían el uno al otro. Sus manos no parecían ser capaces de existir si no estaban apoyadas de alguna manera en el cuerpo del otro. Con lo que le hubiera gustado que se lanzaran al cuello del otro y que hubiera sangre, como en los viejos tiempos.

En cambio, tenía que ver cómo se dedicaban palabras empalagosas, cómo se reían de lo que el otro decía, cómo se daban la mano, cómo el mundo les desaparecía mientras interactuaban. Allí estaban, en el pasillo, frente a los ventanales. El gabacho tenía sus tentáculos alrededor de la cintura del otro. España le acariciaba la nuca con una mano y con la otra enrollaba uno de los mechones rubios en un dedo. No parecía que le importara en absoluto los besos que el pulpo le dejaba en la mejilla. 

—Podríais tener un poco de decencia. Sois mayorcitos para estar de esta manera. Es repugnante —escupió Inglaterra, apretando la carpeta contra el pecho.

Francia alzó el rostro y sonrió malicioso. Odiaba esa expresión. La había visto en infinidad de veces durante su vida y en todas y cada una de esas ocasiones había experimentado el deseo de darle un puñetazo en la cara.

—¿Qué te pasa, Inglaterra? ¿Tienes celos? Pobrecito.

—Deja de meterte con él. No tenemos tiempo de pelear si queremos llegar al restaurante —susurró España, aunque Inglaterra pudo escucharlo. 

Una prueba de lo en serio que se estaban tomando eso: Francia no había hecho ninguna de sus inapropiadas propuestas junto al comentario de los celos.

—Idos al cuerno —espetó el inglés.

Escuchó la risa y el chistar a sus espaldas. ¿Celos? ¡Y una mierda…! A lo mejor sí… Un poco. Pero no en el sentido que ellos pudieran creer. No se pondría en el lugar de ninguno de los dos. Moriría antes que tener una relación con España o con Francia. Lo que sí le daba envidia es una nación como él hubiera podido aspirar a tanto y que encima lo hubiera conseguido.

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miruru12

Day 4: seafolks and mermaids

Esto está mal. No importaba cuántas veces se lo dijera, Antonio volvía a caer en el pecado. Las reglas de las sirenas y tritones eran claras en cuanto al exterior se refería. Todo lo que hubiera al otro lado de la superficie quedaba prohibido: el siempre cambiante cielo, las nubes que lo recorrían, los montes que podía ver a lo lejos y, sobre todo, los humanos. Su padre se lo había dicho en incontables ocasiones, sin darse cuenta que cuanto más le contaba, más ganas tenía Antonio de explorar ese mundo que le habían prohibido.

La primera vez que vio a los humanos, estaban destruyéndose los unos a los otros. Sus cáscaras de madera rugían y lanzaban objetos a gran velocidad hacia otras cáscaras. Cada martilleo le dolía en los oídos y se los tapó hasta que el silencio más inquietante se apoderó del bravío océano. Una de las cáscaras se hundía y los humanos chapotearon hasta que perdieron las fuerzas y la acompañaron. Consciente de la ventaja que tenía bajo el agua, se acercó a verlos. Fue extraño comprobar que no duraban mucho en el mar y, cuando tuvo el coraje suficiente para acercarse, acabó llevándose algunas de sus prendas como un recuerdo de lo que había vivido. Entre los objetos que se llevó había una tela grande, negra, con una tétrica calavera. 

Había más cáscaras flotantes que llevaban la bandera negra, así que dedujo que debería ser algún tipo de asociación de humanos. ¿De qué tipo? No lo sabía a ciencia cierta. Cada vez que los veía, a su alrededor había violencia y destrucción. La curiosidad consumía a Antonio, que siempre encontraba un motivo para callar la inquietud que moraba en su cabeza. 

Una vez, siguió a uno de los navíos hasta que llegó a una cala que se adentraba en la montaña. Nadó en silencio, siguiendo de cerca el pequeño cascarón con palas dirigido por una persona que se acercaba a tierra. Protegido por el casco del cascarón, Antonio observó al hombre que se alejaba con una herramienta sobre el hombro. Durante un rato, estuvo clavando la herramienta en el suelo y sacando tierra a un lado. Al rato, el pirata jadeó pletórico y tiró el utensilio. Cuando se acercó la antorcha a la cara, Antonio pudo ver un rostro anguloso, delicado y sonriente. En sus ojos claros brillaba la aventura, la pasión. El pelo rubio, que casi parecía que surgía de su sombrero negro con fastuosas plumas, le bordeaba el rostro y se ondulaba hacia las puntas.

Nunca había estado tan cerca de un humano. El corazón le latía con fuerza y supo que no podría olvidar ese momento mientras viviera. El humano guardó algo en el bolsillo interno de su casaca y se incorporó. De repente, se giró y apuntó con un cachivache que sacó del cinto. Antonio aguantó el aliento y se escondió detrás de la madera.

—Sé que estás ahí~ —canturreó el humano—. ¿Por qué no sales y pones las manos en alto, donde el tito Francis las pueda ver?

Antonio supo que tenía que huir, rápido. Sin embargo, antes de llegar a coger el suficiente impulso para sumergirse, algo silbó cerca de su oreja y la madera astillada le cayó sobre el hombro.

—Ni se te ocurra intentar escapar. Por algo soy uno de los piratas más temidos del Caribe. Sal. No me hagas enfadar.

Podría huir, a lo mejor resultaba herido, pero no había manera de que el humano lo venciera en el agua. ¿Y por qué no lo había hecho todavía? La bestia había tomado el control de sus acciones. Quería verlo. Quería hablar con el humano. Quería conocerlo. Así que se asomó, con timidez y el hombre se quedó sorprendido, incluso bajó el cachivache con el que le apuntaba.

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miruru12

Day 3: Sunset & sunrise

Aquellas eran las primeras vacaciones juntos desde que habían oficializado lo suyo. Ponerle nombre a su relación era un compromiso, un voto de fidelidad, una intención de construir algo a futuro. A España todo aquello le daba miedo. Y no porque su compañero, su pareja, fuese Francia, no. Quizás porque, por el momento, todo iba muy bien y él estaba acostumbrado a que algo siempre se fuese al garete. Por el momento sus teléfonos no habían sonado ni una sola vez y, para desconectar, habían cruzado el océano y se estaban alojando en un resort caribeño. Llegaban a la piscina, España se quitaba la camiseta y Francia lo paraba antes de que le diera tiempo a ir al agua para ponerle crema. Con la mirada perdida en las aguas cristalinas de la piscina, España podía sentir las manos del otro paseando por su cuerpo y su atención, gradualmente, regresó a lo que pasaba a su lado.

—¿No te estás pasando un poco poniéndome crema? Estás a un paso de entrar en lo obsceno.

—¿Obsceno? No sé a qué te refieres. ¿Me pones cremita en la espalda?

España lo miró con los ojos entrecerrados mientras el francés se daba la vuelta y se apartaba la coleta para que no se manchara. El alarido que pegó Francia cuando le echó la crema directamente sobre la piel le hizo sonreír. Se lo tenía un poquito merecido. Paseó la mirada por su espalda, por cada rincón, cada pequeña marca sobre la nívea piel. El hambre de una temporada sin contacto físico le fue dolorosamente patente. Sacudió la cabeza y le dio una palmada.

—Listo. Me voy al agua.

Francia lo despidió y continuó echándose crema. Desde el agua, mientras hacía unos largos que casi parecían paseos, España vio que se ponía las gafas de sol y se echaba en la tumbona bajo la sombrilla. Parecía una estrella de cine y, con las miradas que cosechaba, no dudaba que algún inconsciente pensara eso. Francia descansaba siempre un rato, decía que prefería que la crema se absorbiera para más protección, pero él sabía que, una vez mojado, Francia no podría pasar muchas horas sin tratar su cabello. Cuando el calor se le hacía insoportable, se le unía en la piscina. No desaprovechaba la oportunidad de abrazarlo, manosearlo bajo el agua o besarlo. Y él… se sentía en una nube: en lo alto, eufórico y al mismo tiempo temiendo que en cualquier momento desaparezca y se caiga al vacío. Creía que había ocultado ese tormento a la perfección, pero esa noche, sentados en la terraza del restaurante, con el atardecer como espectáculo, Francia le preguntó si estaba bien y le pilló desprevenido.

—Claro. ¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué no iba a estarlo?

—A veces pareces perdido en tu cabeza y eso, lo creas o no, es muy peligroso.

—No sé si me has llamado estúpido o me lo tendría que tomar como un halago —se rió España.

Pero Francia estaba serio, le miraba fijamente, preocupado. Había tanta emoción en sus ojos, que la sonrisa de España se apagó poco a poco. Estrechó la mano que tenía sobre la mesa y fijó los ojos verdes en el mantel.

—Lo estoy pasando muy bien y a ratos eso me asusta.

—No estamos acostumbrados a tener cosas buenas, ¿verdad? —preguntó Francia. En su voz se percibía la ternura de una sonrisa. España asintió—. Lo sé. Pero estamos aquí, ahora, juntos. El resto funcionará. Estoy seguro. Quiero estarlo.

España alzó la mirada y la expresión de Francia le derritió. El cariño de años, las experiencias vividas, el amor que traspasaba el tiempo y la complicidad que siempre los había acompañado le estremecieron. Sí, tenía razón. Iba a funcionar. Iba a luchar por esa relación. Por ellos y por muchos más amaneceres y atardeceres juntos.

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miruru12

Frain week 2023 - Day 1 - Dance

Hubiera hecho lo que fuera por evitar estar allí aquella noche y no creía que nadie pudiera culpar a Antonio por ese deseo visceral que arañaba sus entrañas. Una cosa era romper con tu pareja en buenos términos y otra, totalmente diferente, asistir a su cena de compromiso mientras tú sigues soltero. Tenía la sensación de que le habían echado una maldición desde entonces. Cada persona que conocía, cada relación que parecía que empezaba a crecer caía en desgracia. En un rincón, pegado a una pared, Antonio tomaba su copa de champán número tres mientras buscaba entre la multitud a los camareros. ¿Su objetivo? Detectar cuándo introducían nuevos platos a la fiesta y probarlos todos. Aquella noche iba a ser horrible, pero al menos volvería a casa lleno y borracho. 

En uno de sus escaneos, se encontró con el océano enmarcado en la mirada de un hombre esbelto de cabellos rubios. Por algún motivo, Antonio no podía apartar la mirada y el desconocido allí seguía, a metros de distancia, atento a él. De repente, sus labios se curvaron en una sonrisa y el hombre agitó los dedos, ágiles, para dedicarle un saludo. Antonio se atragantó con su propia saliva del susto y empezó a toser. Intentó devolver el saludo, aunque se dio cuenta de que sería preferible centrarse en no morir. Cuando se recuperó, el hombre había desaparecido.

—Perfecto —refunfuñó entre dientes.

Su plan había regresado a la casilla de salida: beber y comer hasta rozar la enfermedad. Y en esas estuvo, hasta que, de repente, una voz a su derecha lo sobresaltó.

—Cualquiera diría que estás en un funeral, querido.

La voz era suave, profunda, de seda, lo acariciaba y le hacía cosquillas en cada erre. Entornó el rostro y allí lo encontró: el adonis del otro lado de la sala. Sólo que ahora lo tenía a dos pasos a su derecha. El cerebro le estalló en un torbellino de pensamientos. Tenía que reaccionar, lo sabía, pero ahí estaba: mirándole con la copa a medio beber, la boca medio llena y en silencio. El hombre sonrió de lado y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

—¿Se te ha comido la lengua el gato o eres un hombre de pocas palabras? Me llamo Francis.

El susodicho le tendió una mano y Antonio entró en pánico. Tragó lo que tenía en la boca, se quiso limpiar la mano y casi tira su propia copa, pero al final consiguió lo que se proponía  y le estrechó la mano.

—Yo soy Antonio. Perdona, soy un desastre. Entre la pandemia y todo eso, a veces me comporto como un hombre de las cavernas.

—No puedo negar que tiene su encanto —susurró Francis para él mismo.

El remolino de su mirada lo enfocó y a Antonio le dio la sensación de que podría ahogarse y ni siquiera le importaría. Francis le sujetó la mano cuando él iba a apartarla.

—¿Te apetece bailar un rato? Las conversaciones de esta fiesta son un aburrimiento.

—¿Incluso esta? —Antonio maldijo la pregunta en cuanto abandonó sus labios.

—No, podríamos decir que esta es la excepción.

Los ojos del hombre descendieron por la camisa de Antonio y acabaron en sus manos. Los dedos de Francis dejaron de apretar tanto y produjeron un roce, casi una caricia o un fortuito accidente.

—¿Entonces? ¿Qué me dices?

Antonio dejó la copa en una mesa y se fue con él. Bailando con Francis, en medio de la pista, entre las risas, el deseo y la intimidad, Antonio olvidó dónde estaba, olvidó todos los fracasos, olvidó sus obligaciones para el día siguiente, olvidó el mundo. Su existencia empezaba y acababa en aquellos metros de la pista de baile donde sus pies se movían al ritmo de la música junto a los de Francis.

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