Y es que así me sentí, algo a lo que no hacía falta dedicarle mucho de tu tiempo, que no tenías que ver mucho ni mucho menos besar, sujetar la mano o entregarte; tan cerca y tan lejos al mismo tiempo donde era yo el único que dejaba todo con tal de verte, con tal de estar bien.
Ahora entiendo que para ti fué más una distracción en lo que un suceso global afectaba tu día a día, donde no te hacía falta dedicarme cinco minutos para hablar. Incluso cuando ya me había encariñado de tus gatos, y una semana antes celebramos tu cumpleaños con roles de canela y "mucho amor".
Ayer te pregunté si definitivamente todo terminó, a lo que con la frialdad que nunca ví me respondiste que ya todo acabó, que lo que pasó pasó, y no había más por decir; agradezco tu sinceridad y por abrirme los ojos, pero aún lamento haber sido tu juguete de cuarentena.
«Aunque sé que nunca va a llegar»
Somos los autores de nuestra propia historia; podemos escribir lo que queramos, dependerá de la fuerza que tengamos para escribirlo. Pero, apresúrate, el bolígrafo está teñido de carmín y no sabemos cuándo se acabará la tinta de la vida.
Deja de pensar en la mejor solución o en qué duele menos, deja de pensar que es un rasgo de debilidad o que hacerlo es lamentable.
Deja de pensar que no merece la pena.
Llora, llora hasta que tus ojos ardan y tu almohada no pueda estar más empapada. Llora hasta que tus mejillas ardan y en tu rostro se marque tu lluvia. Llora hasta que tus ojos no lo resistan, y las penas se ahoguen.
Es la única solución.
Recuerda todas las tristezas de tu vida, todas; júntalas y sácalas ésta noche.
Llora como nunca, vuelve a sentir el dolor. Muerde la almohada y lánzala si es necesario.
Con una única condición; que le prometas al espejo que al día siguiente la tranquilidad invadirá tu cuerpo, y que no olvidarás qué causó ésa tormenta, mas nunca vivirás en ella.
Llora, como nadie.