Francisco Góngora

Francisco Góngora

Despertó de golpe. Su escandalosa cabeza lo obligo a despertar. Le costó levantarse, estaba agotado. Sus pensamientos eran atosigantes y abrumadores. Al bajarse de su elevada cama y tocar el piso con sus pies, la fría baldosa causo en su cuerpo un retorcijón y un gélido escalofrío que viajo desde su cuello llegando hasta el fin de su columna vertebral. Al pararse caminó pausado al fijador de su baño.

Al mirarse al espejo observó sus pequeños ojos y su boca, la cual dibujaba una sonrisa coqueta. “¡Hoy no me molestaras!” dijo en un tono basto, refiriéndose a si mismo. Frunció las cejas, apretó los labios y cerrando los ojos, pego un grito. Posteriormente empezó a caminar por su casa desesperado, sin saber que hacer. En eso se le ocurrió la idea de trabajar para el, su alma. Llego hasta la mesa del comedor. Una mesa de madera rústica, que fue un regalo de su abuela. Jalo una silla y el sonido que causo la fricción de la silla con el piso lo atemorizo. Miró desesperadamente para todos lados, pensando que en cualquier rincón de su casa vería una figura demonica, perturbante y oscura. Mientras trataba de calmarse se sentó y entre todo el desorden amontonado en la mesa encontró un cuaderno y un lápiz. Con las manos temblorosas agarro el lápiz y empezó a dibujar siluetas en el papel. Sus labios temblaban, sus ojos de color cristal era una sola laguna y su boca, era simplemente una boca de un pobre enfermo. Siempre fue bueno para el arte. Con una simple punta de grafito creaba un nuevo mundo de personajes sensibles y paisajes de pinceladas gruesas y provocativas.

Estaba solo, solo con su papel y lápiz. El la imaginaba, imaginaba a una bella mujer quien le visitaba todas las noches y le daba consejos de amor. En ese momento decidió retratar su ejemplar y fino rostro. Empezó por la forma de la cara, delgada y algo larga. La forma de su cabello era sencillo, pero el no recuerda bien si era algo rojizo o café. Sus gruesos labios le hacían pensar en el deseo carnal, algo lejano para un hombre como el. Al terminar el retrato lanzo todo lo que estaba encima de la mesa. Se arranco varios cabellos de la cabeza y empezó a llorar. Al final el estaba solo. Dijo mil maldiciones, rompió sus cuadernos y las vasijas rotas en mil pedazos adornaban el piso. Observo detenidamente su escandalo y en la mesa lo único que no quedo destruido fue el retrato de su mujer. Fue así como logro calmarse, admirando los ojos azules y perdiéndose en sus lunares. Paso horas en su cama bajo el efecto de sus drogas, observando a su mujer. La imagina, la imagina en la calle, la imagina caminando. La imagina en paisajes, la imagina en su casa y la imagina en su cama. Desnuda, dormida. Se imagina sus manos, sus dedos, sus delicadas y melancólicas caricias. Se imagina su cuerpo, su peso, su olor, su frescura, su sudor y su pelo. Imagina sus ojos, su mirada y sus lagrimas inexistentes. Su boca pequeña y gruesos labios. La imagina con el, en su vida y en su corazón. Ella no esta. Francisco solo es un hombre imaginativo.

uno

Al encontrar  tus sensatas manos por un lado de la cama, empiezo a subir por tus brazos y llego a tu cuello. Busco tu rostro y empiezo a trazar tus facciones marcadas con la yema de mi dedo índice. Lo paso por tus ojos y acaricio tus pestañas. Bajo por tu nariz y toco tu boca, dibujo tus labios y le doy golpecitos a tus dientes frontales. El efecto de tu cuerpo causa en mi una emoción y empiezo a desesperarme. Mis labios tocan los tuyos y te digo palabras al oído. Con tus manos calientes abrazas mi cintura y me haces sentir segura. Con nuestros cuerpos encajando perfectamente empiezas a desvestirme. Desnuda en tu pecho pasas tu dedo por mi espalda y doy un suspiro. Sabia que estaba en el lugar correcto. Me besas con orgullo mientras me sujetas el cuerpo con dulzura. Con mi cuerpo en el tuyo empezamos. Así nos sumergimos en un mar de placer y deseo. Llenamos nuestras almas de amor. Nuestros cuerpos se alborotan y el sudor que corre por nuestras frentes es el sentimiento excesivo. En este preciso momento nuestras almas se unen. 

Somos uno y nos quedamos uno.

-Maria Lina Escudero 2019