Las fuerzas telúricas
Yo nunca creí en que existieran fuerzas místicas que circunnavegan la Tierra por debajo de la superficie y que conectan puntos especialmente energéticos, en donde según los expertos, se acumulan energías de todo tipo menos de esas tan ordinarias que se miden en julios; y en las que, siempre según los mismos expertos, nuestros ancestros – más sensibles a las ondas telúricas que nosotros – edificaban extraños monumentos como Stonehenge o Avebury.
Y no lo creí hasta que mis hijos entraron - quizás desaparecieron detrás de un velo insondable - en la adolescencia. Descubrí que debía de haber, sin ningún linaje de dudas, un hiperenlace, una puerta multidimensional, una línea oculta que venía del centro de la Tierra y pasaba por sus dormitorios, de manera tal, que evitaba que nada estuviera en su sitio donde otrora las cosas tenían una colocación natural.
Así, la ropa descansa sobre el suelo en círculos concéntricos, a partir de un epicentro que se suele ubicar en el fondo del armario, mezclada la limpia con la sucia en anormal concubinato. Las mochilas ocupan esquinas y rincones inaccesibles, los zapatos y zapatillas siguen extraños itinerarios que les permiten desaparecer durante meses y aparecer de repente debajo de una estantería, las hojas de apuntes empapelan las partes inferiores de las paredes, y el polvo – no sé realmente cómo – se transforma en pelusas gigantes al modo de aquellos rulos que cruzaban las calles de los poblados del Oeste en los espagueti westerns cuando soplaba el viento.
Y creo en fuerzas misteriosas provenientes del centro de la Tierra porque mis hijos no pueden ser los responsables. Son universitarios cultos y brillantes. Conocen, más allá de toda duda razonable, la diferencia entre el cosmos y el caos, saben de las ecuaciones de la entropía y dominan los secretos de la termodinámica que, como todo el mundo sabe, gobierna el orden del Universo.
Mi mujer y yo hemos invertido media vida en la tarea de educarles y todo el mundo nos dice que tenemos la suerte de haber engendrado unos hijos ejemplares y yo lo creo a pies juntillas. Y doy gracias al Cielo por ello. Pero Señor, ¿no podrías habérmelos hecho un poco menos guarros!, o eso…. o desconectas a nuestra casa de esas misteriosas líneas por donde circulan las fuerzas telúricas.
Juan Carlos Barajas Martínez
sociologiadivertida