Micro Sociología Divertida — Gamuzas en el parqué

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Gamuzas en el parqué

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Durante la década de 1960, en consonancia con el crecimiento que se produjo cuando Franco liberalizó la economía, se puso de moda hacer los suelos de los pisos con parqué. Era, en principio, un material más noble que la típica baldosa y daba un cierto empaque a la casa que quedaba, como decía mi madre, más vestida.

Con el dinero que mis padres sacaron del traspaso del hostal, se compraron en 1969 un piso pequeño en las afueras que tenía, a falta de tamaño, el suelo de parqué.

Un parqué duro como el acero, resistente a cualquier desaguisado o accidente y al paso del tiempo. No tuvimos necesidad de acuchillarlo nunca. Cuando vendí la casa, veintiocho años después, tenía el parqué original y sin reformas.

Como casi todas las madres de la época, mi santa madre estaba obsesionada con la limpieza y el parqué no era una excepción, así que tenía que brillar continuamente. No solo lo enceraba con aquella cera Álex de los anuncios, sino que siguiendo una moda que acabó instituida en todos los hogares, puso dos pares de gamuzas de paño en el suelo a la entrada de la casa. De manera que, cada vez que entrabas en casa desde la calle debías ponerte en los pies las susodichas gamuzas e ibas patinando sobre ellas hasta la habitación; en donde te ponías las zapatillas de estar en casa.

Con esto no solo librabas al parqué del barro y el polvo de la calle, sino que sacabas brillo con el frotar de los pies sobre el suelo.

Los niños tienen la inteligente tendencia a convertir en juegos toda obligación, los modernos llaman ahora a esto gamificación. Así que a mi hermano y a mí nos gustaba jugar a patinar con las gamuzas simulando ser patinadores de hielo imaginarios a los que poníamos nombres rusos del tenor de Alexandr Deslizov o Luzmila Patinova. Curiosamente estos juegos no levantaron ni prohibiciones ni aspavientos de mi poco tolerante madre con las cosas de la casa pues, al fin y al cabo, sacábamos brillo al suelo.

Claro que, muchas veces, nos veníamos a arriba víctimas de nuestro temperamento artístico y lanzábamos piruetas, dábamos vueltas a pesar de las advertencias proféticas –que no prohibiciones– de mi madre.

-“niños, os la vais a pegar”-

Indefectiblemente acabábamos en el suelo dándonos unas costaladas nada acordes con el arte del patinaje que terminaban unas veces en risas y otras en llanto, pero como también decía a menudo mi madre, los niños son de goma, así que nunca pasó nada grave.

Juan Carlos Barajas Martínez

Este relato pertenece a la serie de Recuerdos de un niño del franquismo

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